sábado, 4 de agosto de 2012

8. LA BICICLETA

HISTORIAS DE UN SHUCUY
8.  LA BICICLETA
Una tarde de un sábado, mi padre llegó trayendo una bicicleta grande, usada, de color rojo, que su compadre, el ingeniero agrónomo, padrino de Eusebio, le había regalado para el ahijado. Le dijo que le haga parchar las cámaras de las llantas o que compre dos cámaras nuevas y tendría bicicleta para muchos años.
Mi padre llegó contento con la bicicleta y nos la mostró, era un gran regalo y que los tres hermanos lo íbamos a manejar. Tendríamos que esperar para parchar las cámaras hasta que le paguen a mi padre, su salario como vigilante de la Consa, en donde trabajaba. Pasaron varios días y allí estaba la bicicleta invitándonos a dar un paseo, pero no podíamos porque mi papá iba hacerla reparar.
Pasó una semana, un mes, dos meses y no sé cuanto tiempo más, pero mi hermano Marcos tuvo la idea de ponerle periódicos viejos en reemplazo de las cámaras. Luego que mi papá se fue a trabajar, mis hermanos Eusebio y Marcos se pasearon turnándose un rato cada uno, apoyándose de las paredes del callejón. Yo no sabía manejar y solamente miraba a mis hermanos, que felicidad, que alegría, ¡teníamos una bicicleta de verdad!
Eusebio y Marcos aprendieron a manejar apoyándose mutuamente, recuerdo que nosotros éramos muy unidos, fraternos y solidarios en nuestra pobreza, compartíamos nuestras tristezas y alegrías. Pero, ahora era una emoción que nos hacía los dueños de una bicicleta, algo que los pobres no podíamos tener. Poco a poco adquirieron la habilidad de manejar solitos… hasta que por fin después de mucha práctica, salieron a la calle. Entonces, los paseos eran cada vez más distantes, el pedregal de las calles hacía su trabajo silencioso, pero la alegría y emoción de manejar una bicicleta era superior a los pequeños detalles.
Mis hermanos mayores me dijeron que no podía decir nada y que me harían pasear en la bicicleta. Así pasaron los días hasta que mi papá se dio cuenta que estábamos usando la bicicleta. No nos dijo nada y su silencio cómplice nos permitió utilizarlo con mayor libertad y consentimiento. Ahora comprendo por qué: como no tenía dinero para hacer parchar o comprar las cámaras nos dejó seguir usando la bicicleta.
Pero se había presentado un problema: los aros ya no estaban redondos… estaban casi cuadrados y ya no se podía manejar. Mis hermanos ya no usaban la bicicleta porque ya no servía y estaba guardado durante todo el año, hasta que un día mi padre decidió botarlo a la basura. Eusebio dijo que lo llevaría al basural, pero ¿Cómo botar un juguete valioso? Lo cambió por cuatro pollitos al chatarrero que pasó por la calle perifoneando ¡cambio chatarra por pollitos!
En esta parte final, quiero confesarles que nunca pude comprarme una bicicleta. Cuando me hice grande ya no estaba interesado en manejar una bicicleta… pero mi desgraciada infancia no podían tenerlos mis hijos… ellos sí han tenido sus bicicletas, ellos sí han tenido la oportunidad que me fuera negada. Ser pobre en el Perú es una situación tan normal y simple que en muchas ocasiones me preguntaba: ¿Cuándo los ricos se mueran, se llevarán sus bicicletas?  Y usted amigo lector ¿compra los juguetes que sus hijos necesitan para ser felices?

No hay comentarios:

Publicar un comentario