sábado, 4 de agosto de 2012

14. EL TERREMOTO DE 1966

HISTORIAS DE UN SHUCUY
14. EL TERREMOTO DE 1966
Cuando sucedió el terremoto de 1966, me encontraba estudiando el cuarto año de primaria y estábamos en clases bajo la atenta mirada de nuestro maestro, Hermes Feliciano, siempre con su mirada severa y seria, pero a la vez amable. En esos tiempos teníamos que portarnos bien, existía el cuarto de la calavera, el chicote de tres puntas y la regla como recursos del docente para mantener la disciplina en el aula.
La tarde del 17 de octubre era como cualquier tarde de clase, pues en aquellos tiempos estudiábamos en las mañanas y tardes, pero ese día era un día trágico para la ciudad. De pronto empieza a sentirse un ruido extraño, escuchamos que los perros ladran y empiezan a moverse las carpetas, las paredes… nos asustamos y gritamos ¡temblor…! Y cuando el movimiento sísmico se mostró con más fuerza nos desesperamos y gritamos ¡terremoto! No sabíamos qué hacer, nos mirábamos asustados y en ese mismo momento del terremoto vi que el profesor cogió a sus dos hijos e intentó salir y bajar del segundo piso en donde nos encontrábamos.
Pero de pronto, regresó de la puerta y empezó a tranquilizarnos y dijo que nos calmáramos y empezamos a rezar a Dios y la Virgen María. Rezábamos como nunca lo habíamos hecho, pidiendo a Dios que no nos castigue, que perdone nuestros pecados… hasta que pasó el terremoto. A pesar de la desesperación de mis compañeros, yo mantenía la calma, pero, también estaba asustado.
El profesor Feliciano nos pidió que sigamos rezando el Padrenuestro, el Avemaría y el Credo. De pronto nuestro profesor empieza a cantar una canción que habíamos aprendido meses atrás…  Todavía recuerdo el título: Más cerca de Ti Señor, más cerca de Ti. Esa canción nos elevó a un estado celestial, maravilloso, llorábamos mientras cantábamos, era la canción que el profesor nos había enseñado después de contarnos la tragedia del Titanic. En esa ocasión también lloramos porque cantar esa canción nos acercaba a Dios y nos hacía más humanos, más amigos, más compañeros…
Ojalá todas las personas del mundo puedan cantarlo algún día. Tal vez en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. ¿Tal vez mi profesor sintió que íbamos a morir y por eso nos hizo cantar esa canción? No lo sé, pero dejamos de tener miedo y empezamos a sentirnos transportados a una dimensión de paz y amor por nuestros compañeros, por la gente, por la humanidad. Cuando terminamos de cantar hubo un vacío, ya había pasado el temblor y de manera instintiva nos abrazamos y brotaban nuestras lágrimas de amor y felicidad. Recuerdo que éramos más humanos después de aquella canción.
Después del susto y con la tranquilidad y la calma en el salón, el profesor Feliciano decidió que bajáramos con nuestras cosas y vayamos a nuestras casas para tranquilizar a nuestros padres. Bajamos en orden, en silencio… seguíamos extasiados por los resultados de la canción. Como despedida nos dijo que éramos valientes y respetuosos de la voluntad de Dios.
Después de esta experiencia, mis padres y mis hermanos tuvimos que vivir en la calle por muchos meses, mi papá Claudio construyó una casita de esteras porque la casa donde vivíamos no había soportado el terremoto. Así, terminé el quinto año de primaria (Promoción) con algunas limitaciones y dificultades, pero con el apoyo de mis padres, ellos se sentían felices porque sus hijos iban a la escuela… Y usted amigo lector ¿sigue practicando los valores que los maestros le inculcaron en la escuela?

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