sábado, 4 de agosto de 2012

4. CHANCHO MARINO

HISTORIAS DE UN SHUCUY
4. CHANCHO MARINO
Los serranos, por su propia vida andina no tienen la costumbre de comer pescado. Ese era nuestro caso. Nuestro régimen alimenticio se basaba en avena, camote sancochado, te de cedrón y manzanilla. En el almuerzo era rutinaria la sopa de harina de arvejas, habas, trigo; olluquito con charqui, locro de zapallo, papaseca, picante de papas, trigo, cancha, mote, habas…
Mi madre, Teresa Jesús, como empleada doméstica tuvo que aprender a cocinar la comida de la costa, de la gente rica. Allí aprendió a cocinar comida criolla, chifa, pescado, mazamorra morada, arroz con leche… Ella nos traía un poco de esa comida costeña que era una delicia para nosotros, especialmente cuando traía un pedazo de pescado frito.
Claudio, mi padre, no sabía comer pescado, le dolía la cabeza y como era el jefe de la familia, nadie podía comer pescado frito en la casa. En el callejón había una anciana muy buena con los niños del barrio, su hijo era pescador y traía pescado fresco y mi madre, le decía que en la casa no sabíamos comer pescado.
Recuerdo que fue un sábado en la tarde, cuando la abuelita María tocó la puerta de la casa y le dijo a mi madre que su hijo Alberto había traído bastante chancho de mar y le regalaba un buen pedazo, para que haga seco para el almuerzo, que no es pescado  y es igual que la carne de chancho.
La abuelita María le recomendó que la carne de chancho de mar tenía que r remojarlo en vinagre de un día para otro. Así lo hizo. Fue un domingo para el recuerdo, habíamos comido seco de chancho de mar, ¡exquisito! ¡delicioso!, mi padre había repetido un segundo plato porque estaba rico, además, mi madre había preparado bastante arroz para comer con el juguito del seco.
Eusebio y Marcos se disputaban para lavar los platos… ellos sabían que había quedado jugo del seco y siempre quedaba arroz, aunque sea rascando la olla. A mi padre le gustó, a mi madre también y nosotros los hijos estábamos encantados. Mi padre salió de la casa y fue a darle las gracias a la abuelita María. Ella nos quería, a nosotros los serranitos del callejón, nos quería mucho.
Recuerdo que a escondidas nos invitaba pescado frito, cada vez que podía nos daba un pedazo de pescado, sabía que teníamos hambre, siempre teníamos hambre. Le dolía nuestra miseria, le dolía nuestra pobreza.
Don Alberto, era un buen hijo, era soltero, hombre fortachón, como todo pescador huachano, amante del cebiche. No era borracho, como lo eran los bolicheros de aquella época. Cuidaba de su madre y sus dos sobrinos. Uno de ellos era el negrito Pozo, mi amigo de la infancia.
En muchas ocasiones hemos comido seco de chancho de mar… Hemos saboreado lo que el mar le da a don Alberto, nos da la abuelita María… Nos sirve mi madre, pero un día, que no recuerdo por qué el profesor Padilla, en la formación de la escuela, dijo que el chancho de mar era el delfín y no se podía comer, porque estaba prohibido su caza para consumo humano. Desde ese tiempo, los serranitos del callejón, tuvimos que hacer caso a nuestros profesores y dejar de comer seco de chancho de mar... Y usted amigo lector ¿cuánto ama a los pobres y les demuestra su solidaridad?

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