domingo, 9 de septiembre de 2012

30. CAMINO AL CONGRESO

HISTORIAS DE UN SHUCUY
30. CAMINO AL CONGRESO
Hace cuatro años participé en un curso de liderazgo político, como preámbulo a lo que sería un Diplomado de Participación Ciudadana y Democracia organizado por el Congreso de la República. Sentí que era importante incursionar en la vida política para tener la oportunidad de servir a los demás y qué mejor oportunidad de asistir a un curso de liderazgo y diplomado gratuitos.
En la inauguración del evento, en donde estábamos reunidos más de seiscientos participantes,  se presentaron las autoridades de la provincia, un representante del Congreso de la República y el Alcalde de Huánuco. No sabía qué tenía que hacer el alcalde de otra jurisdicción, pero también fue presentado como auspiciador del evento. Luego de la inauguración, se hizo notar su presencia y en su discurso ofreció, a quienes logren aprobar el diplomado, un viaje a la ciudad de Lima para visitar el Congreso de la República, con gastos pagados de pasaje, alojamiento y alimentación. Ante esta oferta tentadora, todos los presentes ovacionaron al alcalde huanuqueño.
Personalmente, me sentí motivado para culminar con éxito el diplomado y tener la oportunidad de conocer el Congreso de la República, al igual que los demás participantes. Pero, con el transcurrir de los meses, cada vez éramos menos, doscientos, cien, cincuenta, treinta y finalmente trece. Solamente trece participantes culminamos el diplomado. Nos reunimos con el coordinador del diplomado para ver cuándo sería el viaje, nos dio la dirección de la representante del alcalde de Huánuco y nunca obtuvimos respuesta. El alcalde había mentido a más de seiscientas personas en Tingo María.
Posteriormente, nos enteramos que había hecho la misma oferta a los huanuqueños que participaban del mismo diplomado que se llevaba en forma paralela en esa ciudad. También culminaron trece participantes, según el coordinador del Congreso de la República, y nos quedamos con las ganas de viajar. 
Han trascurrido cuatro años y me pregunto ¿Por qué tengo que esperar voluntades ajenas? Por qué tengo que esperar la voluntad de personas que cuando son autoridades buscan notoriedad entre la población y llegan al extremo de ofrecer cosas que no van a cumplir.
Esto me hace recordar a un candidato a Congresista por Huánuco que ofreció un arpa a una mujer muy humilde que se gana la vida cantando en los caseríos de la provincia. Lo ofreció, en un programa televisivo de Tingo María, un arpa para mejorar sus presentaciones artísticas y como perdió las elecciones, nunca le entregó el arpa a esta mujer que creía en la palabra de un político.
He reflexionado sobre la posibilidad de ir al congreso, ya no de visita, sino en representación de la provincia de Leoncio Prado. Hacer realidad nuestras aspiraciones de desarrollo humano sostenible para tener oportunidades de estudio, trabajo y superación, en contraste con la delincuencia, narcotráfico, drogadicción e inseguridad.
Espero tener la oportunidad de participar en política para ser digno representante de una región que me brindó las condiciones favorables de desarrollo personal, familiar y social. Ya que durante muchos años no hemos tenido la suerte de tener congresistas que legislen en favor del valle del Alto Huallaga. Seguimos realizando actividades económicas primarias de extracción de madera, y cultivo de cacao, café, plátanos, arroz, maíz,… para venderlos como materia prima, ignorando que vivimos en tiempos de industrialización y tercerización de la economía mundial.
Creo en la población de Aucayacu y Tingo María, ciudades que conocen mi trayectoria, para cumplir un sueño frustrado por un político que ofrece pan y circo a su población. Y usted amigo lector ¿cree que un shucuy del siglo XXI merece la oportunidad para hacer realidad nuestros sueños de desarrollo sostenible?

29. EL NIÑO RESUCITADO

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29. EL NIÑO RESUCITADO
Cuando tenía ocho años y estudiaba el segundo año de primaria, que en la actualidad es equivalente al tercer grado, porque se estudiaba transición, recuerdo un hecho de miedo y espanto que marcó el respeto por los muertos y los misterios de la vida más allá de la muerte. Les referiré el misterio del niño resucitado:
Era una noche de luna nueva, una noche muy oscura de un fin de semana, en mi barrio no había alumbrado público y estábamos acostumbrados a la oscuridad. Mi padre ya había llegado de su trabajo y estábamos cenando bajo la luz del lamparín, como todos los días. Cuando de pronto escuchamos gritos por el callejón de los vecinos y de los niños del barrio.
Mi padre salió a la puerta para ver qué estaba sucediendo, y nosotros con la natural curiosidad le seguimos para enterarnos del motivo de los gritos. Fue la única vez que dejamos la comida por saber qué estaba pasando. La abuelita María se acerca asustada a la puerta para avisarnos que un muerto se está levantando de su nicho al frente del callejón, seguida de la señal de la cruz y el consabido ¡Avemaría purísima! Pobre abuela María, estaba pálida y sus manos temblorosas demostraban que estaba muy nerviosa y espantada. Afirmaba haber visto al niño resucitado.
En la entrada del callejón estaban los vecinos que miraban al frente y después de un breve silencio gritaban y corrían al interior del callejón. Roberto, el más valiente del barrio, ese día demostró que también sabía tener miedo. Máximo y Goyo estaban escondidos en su casa después de haber visto al niño resucitado. Su padre el señor Suárez, muy valiente y seguro porque en su juventud había sido marinero, salió de su casa al enterarse y empezó a mirar con más detenimiento…
Los tres hermanos ya estábamos en la entrada del callejón para ver al resucitado… no había nada, todos esperaban en silencio, hasta que de pronto se levanta la figura de un niño y se sienta, imaginariamente en el cajón de su nicho y voltea para mirarnos. Todos gritamos y corremos asustados por este hecho sobrenatural. Era tan real que por la desesperación se cierra la puerta de la vecina Rosa.
Todos ingresan a sus casas y la señora Rosa grita desesperadamente para que su hija Adriana le abra la puerta. En su casa no hay nadie y pide por favor, que algún muchacho entere por el techo. Con el miedo y el espanto nadie quiere subir al techo porque se sube por la entrada del callejón, al frente del niño resucitado. Tuvo que dormir en la casa de la señora Eugenia. Fue una noche de miedo y terror. No podíamos dormir, mi madre Teresa nos escuchaba  que habíamos visto al niño resucitado y nos daba valor para calmarnos. Nos dijo, Dios quiere y cuida a los pobres, no se preocupen ya todo va pasar. Terminen de cenar y vayan a dormir. Ese día los tres hermanos dormimos juntos.
Le pedí a mi papá que atrancara la puerta para que no entre el niño resucitado. Fue la noche más larga de mi vida. Me preguntaba ¿Qué pasaría si el niño resucitado se salía del cementerio? ¿Y si tocaba la puerta para entrar? En algún momento nos quedamos dormidos hasta que llegó el nuevo día.
El señor Suárez se había subido al cementerio para ver qué cosa era lo que habíamos visto. Era una bolsa de cemento que con el viento se levantaba y daba la impresión de ver a un niño resucitado. Retiró la bolsa y en la noche todo volvió a la normalidad. Ya podíamos jugar y ver televisión como todos los días. Y usted amigo lector ¿cree que es correcto acordarse de Dios sólo cuando tenemos miedo y temor a lo desconocido?

28. NINA LA PRINCESA

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28. NINA LA PRINCESA
Mi barrio quedaba frente al cementerio, solamente había casas en el lado derecho. Tenía muchas familias numerosas y existían dos grupos sociales bien diferenciados: Los que vivían en la calle principal, eran dueños de sus viviendas y tenían mejor calidad de vida, hijos bien vestidos, estudiaban en colegios particulares, sabían lo que es la moda, las películas, las novelas, el cine, la televisión, los cumpleaños… Los otros, los que vivíamos en el callejón, las familias pobres, unos más que otros, los que carecíamos de agua, zapatos, juguetes, ropa,… los parias…
Los niños del callejón, en las tardes nos apostábamos en la ventana de la casa del señor Suárez para ver la televisión. A veces veíamos novelas, otras, dibujos animados, según lo que les gustaba a esa familia. Lo cierto es que a nosotros nos encantaba ver la televisión, creo que fue el mejor invento del siglo XX que desplazó a la radio en las ciudades. Viendo las películas podía entender que existían mejores condiciones de vida en otros lugares y ¿Por qué no intentar dejar la pobreza? Mis padres sabían que el camino era la escuela… ¡Claro que sí!
Los fines de semana llegaba Nina, una señorita quinceañera que veía televisión toda la tarde y nosotros encantados de ver la televisión y verla a ella. Tenía sus cabellos lacios, largos hasta la cintura, sus cerquillos, su lindo vestido, sus hermosos y pequeños zapatos, su caminar elegante… para mí una princesa que solamente podíamos contemplar en las tardes de los días sábados.
Un día, me llamó, por mi nombre, para hacerle el favor de comprar azúcar de la Bodega de don Oswaldo. ¿Cómo me conocía? ¿Cómo sabía mi nombre? Su hermano Goyo, le ponía al tanto de los niños del barrio y por eso me conocía. Fui muy contento a comprar el azúcar y le entregué su vuelto y me regaló cincuenta centavos. Fui el niño más feliz por haber tenido la oportunidad de hablar con una princesa. Algo que era imposible para un Shucuy.
Recuerdo que el señor Suárez, un hombre serio, de mediana estatura, contextura gruesa, de largas patillas y barbas como nuestro héroe de Angamos;  nos invitó a todos los muchachos del barrio para asistir al cumpleaños de la señorita Nina. No le interesaba nuestra pobreza, ni se avergonzaba frente a sus invitados. Fue una gran fiesta, especialmente porque había muchos bocaditos, chicha, sánguches, caramelos y juguetes.
En mi niñez no tuve la oportunidad de aprender a bailar, pero seguía el movimiento de mis amigos… era requisito para que nos den los bocaditos y tenía que bailar… el hambre superaba mis dificultades de mantener el ritmo y compás de las canciones de Yola Polastri. Formábamos cola para recibir los gorritos, la chicha morada, el arroz con leche, los caramelos, sánguches y al final los juguetes que lo conseguíamos cuando la princesa Nina golpeaba la piñata hasta romperla. Era un alboroto, para coger un cachaquito, un carrito, una pelotita, una muñequita, caramelos y chupetines entre la abundante picapica.
Después, con los años me enteré que Nina era una señorita muy comprensiva con los niños pobres y estudiaba para ser doctora y curar a los enfermos. Ella estudiaba en Lima y por eso llegaba los sábados a su casa. Los domingos, en la tarde, jugaba vóley con su hermana Yadira y sus amigas que venían de otros barrios. Toño, Kike Pozo y yo nos poníamos atrás de la canchita de vóley para recoger la pelota, Toño y Kike detrás de un equipo y Pozo y yo detrás del otro.
Nos sentíamos importantes y privilegiados de alcanzarles la pelota a todas las señoritas que jugaban de una manera diferente, con net, pelota oficial, árbitro, y alegría. No jugaban por apuesta, jugaban por diversión. Y usted amigo lector ¿se esfuerza por brindarles educación de calidad y oportunidades de superación a sus hijas?

27. SANGRE JUSTICIERA

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27. SANGRE JUSTICIERA
La vida de Luis Pardo, el Bandolero, sigue siendo una leyenda que se mantiene en la memoria de los pueblos de la sierra de Barranca, Chancay, Cajatambo, Oyón, Recuay, Aija, Huari, Huaraz… Es considerado como el héroe y justiciero del mundo andino, frente a los abusos de los hacendados que aquella época.
Frente a la riqueza de pocos y la miseria de muchos. Había que redistribuir la riqueza entre los pobres. Ese fue su pensamiento, esa fue su lucha en favor de los pobres hasta perder la vida en una emboscada en donde prefirió arrojarse a las aguas del río Tingo, en Cajacay, antes de ser tomado prisionero por los gendarmes de aquella época.
Celedonio Gamarra, el lugarteniente de Luis Pardo, fue mi bisabuelo, según refiere mi padre, él usaba un revólver de cacha blanca, con su caballo pinto, su poncho al hombro y su sombrero blanco, cada cierto tiempo, en Cátac, se despedía de la familia para ir en busca de aventuras con Luis Pardo el Bandolero, el Robin Hood peruano.
Mi bisabuelo después de sus correrías regresaba a su pueblo y repartía dinero según las necesidades de las familias pobres. Era un hombre de gran corazón, muy querido entre los suyos y entre quienes lo conocieron. Siempre mantuvo un perfil bajo, no hacía ostentaciones de riqueza, por el contrario, siempre se preocupada por las necesidades de los demás. Murió valientemente, el mismo día que emboscaron a Luis Pardo.
Mi padre recuerda que siendo niño, recibió cinco soles de propina para cuidar el ganado de la familia y que más adelante le mandaría a la costa a estudiar. Creo que allí se encuentra el origen de su deseo de ir a la costa. En busca de mejores oportunidades para sus hijos.
Dicen que existe la herencia de la sangre y debe ser cierto, porque cuando mi padre se volvió ricachón, después de una lucha constante contra la pobreza y gracias al trabajo perseverante de toda la familia durante quince años, logramos ser dueños de una tienda de abarrotes que nos permitía vivir dignamente y contar con una casa propia y satisfacer nuestras necesidades,  empezamos a vivir como viven las familias de clase media alta.
Por esa razón se convirtió en padrino de cientos de personas pobres y algunos de clase media. Me decía, hijo, a ti nadie quería bautizarte, por eso acepto ser padrino de quien me lo pida, la plata no es para guardar, la plata es para servir. En aquella época, para bautizar a los hijos había que tener carnero, chancho, gallinas, cerveza… para agradecer al padrino. Como mis padres no tenían dinero no podían agasajar anticipadamente a los padrinos, por eso no me pudieron bautizar.
Cuando mi padre me contó sobre mi bautizo, entendí que la pobreza no es buena, que la pobreza nos quita oportunidades, nos margina, nos hace parias… nos convierte en shucuy.
Con estas reflexiones renace mi vocación de servir a los demás para que no sufran lo que sufrí en mi niñez y adolescencia. Creo que por mis venas corren sangre de bandolero, de justiciero… no de abigeo, delincuente, ni corrupto. Ahora que soy ricachón en el conocimiento y puedo aportar en los diversos campos de las ciencias sociales, entiendo que la trascendencia de mi vida está en servir y espero tener la oportunidad para demostrar lo que por generaciones buscamos los peruanos: trabajo, paz y justicia. Y usted amigo lector ¿cree que todavía existen personas honestas que tengan vocación de servicio?

26. AGUAS ROSADAS

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26. AGUAS ROSADAS
Cuando tenía nueve años y estaba en tercer año de primaria, mi profesor Hermes Feliciano nos llevó de paseo al Cerro Colorado, un lugar ubicado a la entrada de Huacho, viniendo de Lima a la mano derecha entre el desierto y los últimos extremos de terrenos agrícolas.
El profesor nos llevaba para conocer nuestra cultura, conocer los restos de cerámica que existían en ese lugar. Los huaqueros ya habían desenterrado muchas tumbas y fardos funerarios de la cultura pre inca de Chancay. Él quería conseguir alguna pieza entera para llevarlo a nuestro salón como una prueba de la existencia de nuestros antepasados.
Fue una caminata de más de siete kilómetros entre la ciudad y el Cerro Colorado. No sentíamos cansancio, estábamos encantados de conocer las momias, los huacos, los encantos misteriosos de tesoros escondidos. Todos llevamos nuestro fiambre, el paseo estaba programado para el sábado a las ocho de la mañana y deberíamos regresar a las dos de la tarde y estar en la escuela a más tardar a las cinco. Nuestro director el profesor Alberto Beteta autorizó el paseo. Todos agradecimos y aplaudimos la generosidad de nuestro director.
Hasta la carretera Panamericana no había problemas para caminar, el desafío empezó cuando teníamos que ingresar al arenal y caminar por el desierto hasta llegar al Cerro Colorado. Queríamos llegar rápido para encontrar algún tesoro escondido. Alguna entrada a un subterráneo en donde podamos encontrar a las momias y sus tesoros. Cada uno empezó a coger palos y ramas secas para escarbar en el arenal… poco a poco íbamos perdiendo el entusiasmo porque no encontrábamos nada importante. Sólo restos de huacos, pequeñas cerámicas rotas por cientos, que no tenían valor.
El profesor miró su reloj y con su silbato nos llamó a todos los exploradores que infructuosamente buscábamos tesoros escondidos, pasajes secretos, encantos y misterios de la cultura preinca. Caminamos en dirección a una vegetación cercana y de casualidad encontramos un oasis, una pequeña laguna en medio del arenal, en el desierto. Todos estábamos con calor, pero no nos atrevíamos a entrar a la laguna porque el agua no era cristalina… ¡Era rosada!
El profesor, nuestro líder natural, nos dijo ¡Alto, no ingresen al agua! Primero, vamos a almorzar y después, veremos si podemos bañarnos. Nos indicó un lugar en donde había una buena sombra y nos acomodamos en grupos para almorzar. Era un bullicio, estábamos en el campo, sin uniforme, sin clases… lejos de la casa y éramos valientes. Sabíamos soportar el calor, el ventarrón, la arenisca. Hasta el gordo Borja, el niño que lloraba por cualquier motivo, ahora se portaba como un gran hombre, valiente y juguetón.
El profesor nos dejó almorzando y se fue hacia una casa cercana para indagar sobre la calidad del agua, si podíamos bañarnos o si era agua contaminada. Regresó con un señor de avanzada edad y sus tres nietos para mostrarnos que el agua era medicinal y que no había problema para bañarse. Los tres niños, se quitaron la camisa y el pantalón y se metieron a la laguna a nadar… Inmediatamente siguieron César, Marcelino, Jorge, y todos mis compañeros. Se fue el miedo, nos aventamos a la laguna y nos refrescamos durante una hora, bajo la atenta mirada del profesor Feliciano.
El anfitrión del lugar conversaba amablemente con nuestro profesor. A lo lejos, desde el agua observaba los ademanes que hacía el anciano en su conversación, mostraba su alegría por la visita. Se sentía contento al ver que sus nietos jugaban pelota con nosotros, a la buceada, a la pega, a quien llega primero al otro extremo de la laguna. Fue un baño inolvidable, por eso recuerdo este episodio de mi niñez como el derecho de los pobres de ser felices a pesar de la adversidad. Creo que también le pasaba lo mismo a la familia del anciano hospitalario. En la soledad del campo, la alegría y el bullicio de nosotros, despertó la alegría en él y sus nietos.
El baño nos dio hambre y acabamos con el resto del fiambre. Los niños, con la autorización de su abuelo, nos llevaron a una planta de pacae para coger lo que quisiéramos, Allí se armó un escándalo por coger el más grande, el más gordo. Pero, por respeto a su dueño el profesor dijo: Sólo un pacae para cada uno. Todo esto duró una hora más.
Cuando el profesor nos dijo que siguiéramos buscando huacos y tesoros, ya no queríamos buscar. Sólo un grupo de alumnos acompañó al profesor en su búsqueda de algún huaco. La búsqueda fue infructuosa. Pero, al despedirnos del anciano y sus tres nietos, nuestro profesor recibió un obsequio del veterano: Un hermoso huaco completamente sano, como recuerdo de nuestra visita al Cerro Colorado.
El día lunes, en la formación general se presentaba el Huaco como símbolo de nuestra excursión en búsqueda de los restos de nuestros antepasados. El director felicitó a todos los alumnos del Tercer año y a nuestro profesor Hermes Feliciano Contador. En esa semana éramos los valientes exploradores admirados por los niños de otros grados inferiores. Y usted amigo lector ¿apoya las excursiones de sus hijos para fortalecer su identidad con nuestro legado cultural?

25. EL PARTIDO DE CIENCIAS Y LETRAS

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25. EL PARTIDO DE CIENCIAS Y LETRAS
En el año 1988 recibo la invitación del director del glorioso Colegio Nacional Inca Huiracocha. Me dijo: Felipe acá en el colegio podrás trabajar tranquilo y sin preocupaciones laborales. Te voy a proponer para que seas docente y te presentarás en el concurso provincial en Tingo María. Como eres egresado de la universidad será más fácil tu ingreso con nombramiento.
Nunca pensé ser profesor, pero ya estaba enseñando a los alumnos del tercero, cuarto y quinto grado. Por mi formación autodidacta y mi afición por la lectura de novelas literarias, pedí Historia del Perú, Literatura Peruana y Universal. Creo que tuve suerte para elegir los cursos a enseñar, porque estaban disponibles.
Me integré a la plana docente y siempre mantuve respeto por ellos, la mayoría eran profesores titulados y con especialidad. Pero, por ser conversador y amigable logramos hacer amistad y empecé aprender rápidamente las actividades propias de un docente: Dictado de clases, apoyo en la formación, organización de alumnos para el día de la madre, el maestro, el aniversario. Organizar números artísticos para las veladas literarias, selección de brigadieres y policías escolares, comité de aula, reuniones con los padres de familia, organizar el Comité de Defensa Civil, etc. Era un docente más que apoyaba la gestión educativa.
Desde hacía años atrás conocía al profesor Ramón, un gran docente, visionario, colaborador y de gran aceptación por los alumnos, especialmente de la promoción. Me sentía respaldado por él y lo apoyaba cuando realizaba actividades. Una de sus virtudes o tal vez defecto era jugar fulbito. Los profesores jugaban todos los viernes vóley y fulbito.
Hasta medio año, yo no participaba y los viernes, ni bien terminaban mis clases, me retiraba discretamente para evitar participar en estos encuentros de confraternidad. ¿Por qué? Porque no sabía jugar pelota, menos vóley. Claro que conozco las reglas de juego, el armado de equipo, Pero, por no tener resistencia física, habilidad para driblear, hacer los pases, ni tener un puesto fijo en el equipo mi presencia no aportaría al equipo que me escogiera, por el contrario lo perjudicaría.
Imagínense, en mi época de estudiante, en varias ocasiones cuando íbamos a jugar fútbol, a pesar de ser el dueño de la pelota, no me escogían para ningún equipo. Me conformaba con ser el cazador de la apuesta. Esos eran mis recuerdos y por eso evitaba quedarme los viernes en la tarde. Los lunes me enteraba que el equipo de ciencias ganó al equipo de letras. Casi siempre terminaban así los encuentros.
Faltando una semana para el aniversario del colegio se dejó de jugar ese fin de semana porque en la programación estaba el encuentro entre los profesores de ciencias y letras. El profesor Ramón, en varias ocasiones me había invitado a jugar y le decía que estaba ocupado, tenía que revisar exámenes, tenía que viajar… todo para evitar jugar. Pero, como el era el capitán del equipo de letras me dijo que para el aniversario tenía que jugar para el equipo de letras. Acepté en la condición de suplente. 
Por fin llegó el día del encuentro. Lo que pasó fue sorprendente, estábamos ganando tres a cero. El primer tiempo quedó dos a cero y en el segundo tiempo el profesor Bravo mete el tercer gol. Era un partido con gran derroche de energía, los ataques del equipo de ciencias se hacen más constantes, retoman el orgullo de ser el mejor equipo del colegio y faltado diez minutos para terminar el partido se presentó la desgracia para nuestro equipo: Ramón, nuestro capitán de equipo, se lesiona en la rodilla y después de intentar reincorporarse y caer al suelo, pide su cambio. En la banca el único jugador suplente era yo. Recibo la orden del profesor Ramón, entra en mi reemplazo.
Faltaban seis minutos para terminar el partido y me dice, juega nomás porque ya ganamos el partido. Hago mi mejor esfuerzo como delantero y pierdo dos ocasiones de anotar. El profesor Gonzales me dice baja a la defensa y el profesor Palpa mete el primer gol por su equipo. Luego sigue el segundo y el tercero.  Aprovecho la oportunidad para decirle a Ramón que me reemplace, porque ya se había recuperado y me dice, no te preocupes no importa quedaremos empatados porque solo falta un minuto. Patea con todo para hacer hora.
Suena el silbato del árbitro, un pase largo y por la buena ubicación del profesor Reyes se logra el triunfo, sí el triunfo… pero del equipo de ciencias. Ese día, fue el único día que mi gran amigo Ramón estuvo un poco serio, se sonreía y festejaba las jugadas del partido, no le interesaba perder… pero en el fondo… le dolía la derrota y todo por su insistencia, como él decía, para hacerme famoso en la cancha. Y usted amigo lector ¿Se esfuerza por brindarles oportunidades de estudio, deporte y recreación a sus hijos?

24. MARIANA LA CAPITANA

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24. MARIANA LA CAPITANA
En mi último viaje a Huacho, entre mis amigos de antaño pregunté por Mariana, ¿Qué ha sido de la vida de mi compañera de juegos de mi niñez?… Rosendo me dijo que ya se había casado y tenía tres hijos varones y sigue viviendo en el mismo barrio de antes. Pero, se ha mejorado las condiciones de vida, ya hay agua, desagüe, luz, pista, veredas, teléfono y casas de material noble.
En mi barrio, los muchachos más grandes eran Roberto, Goyo, Calín, Piruncho, Rosendo y Máximo. Ellos eran los que hacían respetar el barrio; ellos jugaban pelota en la misma calle donde vivíamos, ya estaban acostumbrados a la tierra y las piedras; ellos jugaban con zapatillas y cuando hacían los equipos se dividían y completaban con otros amigos y mis hermanos. A veces había más amigos y mis hermanos no jugaban porque nunca tenían dinero para la apuesta. Sólo jugaban cuando faltaban jugadores con apuesta.
Los más pequeños mirábamos los partidos y cómo se acaloraban cuando perdían, jugaban fuerte y hasta con empujones, algunas veces los partidos terminaban en pleito callejero. Tal vez por eso nunca me gustó jugar pelota… no me gustaba ver cómo pateaban, empujaban, golpeaban al jugador rival. Mis hermanos jugaban y sabían defenderse, ya en una ocasión, Eusebio de una pedrada le había roto la cabeza a Roberto por empujarlo y patearle. Entre ellos decían, no se metan con los serranos porque les van a corretear a pedradas.
Mejor eran los partidos que jugábamos con Mariana la capitana de nuestro equipo. Era una chica dos años mayor que nosotros, le gustaba jugar bolitas, trompo, bolero, run run, fulbito… como cualquiera de los muchachos. No le gustaba jugar con las chicas, odiaba los vestidos, las muñecas, jugar a la cocina… ella prefería los juegos de los varones.
 Ella jugaba bien y nos gustaba jugar, especialmente en su equipo de fulbito, porque en la mayoría de las veces ganábamos y nos daba una propina de la apuesta. Ella buscaba partidos en los otros barrios cercanos y jugábamos en nuestra calle porque por allí casi no pasaban los carros.
Como ella era la que apostaba en los partidos, en alguna ocasión se agarraba a trompadas con algunos jugadores del otro equipo, ella se hacía respetar en el campo de juego. Nosotros la buscábamos para jugar a la cocina con los trompos, ella sabía chantar, hacer la pirigaya, los cabes, los quiñes y los guaracazos al trompo. En su casa no tenía con quien jugar, en las mañanas tenía que cocinar y hacer los quehaceres de su casa. En las tardes salía a jugar con nosotros.
Otros días jugábamos a las bolitas. Ella tenía una puntería envidiable, siempre nos ganaba cuando jugábamos a los ñoquitos. Al día siguiente nos regalaba algunas bolas para seguir jugando. A ella no le interesaba ganar bolas, a ella le interesaba jugar con nosotros. Ella nos defendía hasta de los muchachos grandes. Ella era muy valiente y si en una pelea le sacaban sangre, se enfurecía y agarraba piedra para defenderse. Nunca se dejó pegar por nadie.
Cuando su papá le daba propina, esa tarde nos invitaba una Chavín y un chancay para cada uno. Aprovechaba para enseñarnos cómo jugar mejor los partidos, ella era nuestra entrenadora, ella nos decía cómo hacer los pases, quien va ser el defensa, el delantero… ella nos entrenaba para arqueros, le gustaba afinar su puntería al arco. Ella era nuestra capitana.
No me imagino verla convertida en madre de tres hijos… ¿Seguirá siendo entrenadora de sus hijos? Y usted amigo lector ¿brinda afecto paternal a sus hijos para que crezcan emocionalmente sanos y con autoestima positiva?

23. NADANDO HASTA LOS BARCOS

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23. NADANDO HASTA LOS BARCOS
Vivir por el cementerio tenía la ventaja de estar cerca a la playa y los muchachos del barrio siempre hemos sido playeros. Aunque sea escapándonos íbamos a bañarnos a la playa. Había para todos los gustos: los que sabían nadar, los hacían en la piscina; los que no sabíamos nos íbamos a las lagunas de agua dulce que se formaban de los manantiales naturales que había en la playa.
Los más grandes se iban a bañar al mar y los expertos nadaban hasta los barcos, que se encontraban a más de tres kilómetros de la orilla para recibir gaseosas, chicles y galletas que daban los marineros a los bañistas que llegaban, alentados por algunos tripulantes del barco.
En muchas ocasiones, los más pequeños hemos visto cómo Roberto, Goyo, Calín, y Máximo se aventaban al mar y nadaban cruzando las olas hasta ir más allá en donde se veía la tranquilidad de las aguas y seguir nadando hasta llegar al enorme barco que se encontraba anclado frente a la playa en espera de los fardos de algodón que desde el puerto llevaban las lanchas de carga.
En una ocasión, mis hermanos, que ya eran grandes nadadores en la piscina y el mar se animaron acompañarlos, interesados por las gaseosas y golosinas que regalaban los marineros a los valientes nadadores que llegaban hasta las escalinatas del barco. No importaba que después, se tenga que caminar desde el puerto hasta el lugar de la playa por donde habían ingresado al mar, era más o menos dos kilómetros de caminata…
Los peligros del mar eran las malaguas que flotan en la superficie del mar, que pican y sacan ronchas en la piel, se tenía que evitarlos. El frío del mar produce calambre y el mar es profundo, no hay quien te socorra, el secreto era no dejar de nadar, seguir pataleando y braceando. Para reducir el cansancio había que hacer el muertito para descansar, pero todos tenían que ir juntos, acompañándose. Esas advertencias los habían escuchado muchas veces. Fue un éxito y una hazaña de mis hermanos, en la casa exhibíamos las cajitas de chicles, los envases de las gaseosas, con sus nombres en inglés…
Todas estas hazañas estaban en mi mente y cuando llegó el siguiente verano estaba decidido nadar hasta el barco, el estímulo era las gaseosas, galletas y chicles que regalaban los marineros. Ya era un gran nadador en la piscina y en el mar, ya había intentado pasar las olas y hacer el muertito en la tranquilidad de las aguas del mar más allá de las olas. Ya había visto las malaguas. Como buen serrano no sabía que era un calambre, eso les da a los costeños debiluchos, que se cansan rápido, el calambre no era para mí.
El más playero era Goyo, él era el que contagiaba a los muchachos para ir nadando hasta el barco. Se formó un grupo con mis hermanos y los más chicos acompañábamos porque cuidábamos la ropa y cuando regresaban caminando desde el puerto, nos invitaban un poco de gaseosa y nos regalaban los envases.
En ese verano ya tenía once años y cuando el grupo de muchachos se aventaron al mar y estaban cruzando las olas, los seguí, nadando un poco más rápido para alcanzarlos. Ya no había nada qué hacer. Mis hermanos tuvieron que aceptarme en el grupo, les dije que no tenía miedo y que podía nadar hasta el barco. Seguimos nadando en grupo, hasta que Goyo dijo, vamos a descansar un rato, hay que hacer el muertito. En ese rato él nos animaba y contaba algunos chistes para hacernos reír y tranquilizarnos. Luego, seguimos nadando y por fin, pude conocer de cerca la inmensidad de un barco. Llegamos a unas escalinatas y nos hicieron subir, los tripulantes y pasajeros nos aplaudían… Para mí fue una hazaña… ya era un nadador experto. No me tomé la gaseosa, lo tenía que llevar a mi madre como señal que había llegado al barco. De ser un auténtico nadador huachano.
Cuando llegamos a la casa, mis hermanos le dijeron a mi madre que yo también había ido hasta el barco y que no había tenido miedo. Me abracé a mi madre y le entregué la gaseosa en lata, y un chicle que había reservado para ella. Ese día fue mi consagración de huachano nadador.
Después de esa ocasión, alguna vez más participé en ese verano, la verdad es que sí tuve miedo y respeto al mar… pero, valía la intrepidez para llevarle una gaseosa y una cajita de chicle a mi madre Teresa Jesús… Nos sentíamos como gringos, tomando Coca Cola y masticando Chiclets Adams…. Y usted amigo lector ¿valora las expresiones de afecto de sus hijos para fortalecer la familia?

22. COMPRANDO PAN FRANCÉS

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22. COMPRANDO PAN FRANCÉS
Durante mi niñez, los domingos eran días muy especiales para los tres hermanos, eran días en que podíamos comer pan en el desayuno. A dos cuadras había una bodega del señor Zurita, pero vendían a ocho por un sol. Nosotros nos levantábamos a las seis de la mañana para ir alegres y contentos a comprar pan de la panadería de la Plazuelita Mandamiento… eran como veinte cuadras… realmente era lejos, pero la recompensa era grande, muy grande: podíamos comer dos panes francés cada uno en el desayuno.
Los domingos tomábamos avena y dos panes con mantequilla. Qué alegría, qué satisfacción, comer algo prohibido para los serranitos del callejón. Mis otros vecinos sí comían pan todos los días, eran menos pobres que nosotros. De lunes a sábado el desayuno se tomaba con camote sancochado, no había dinero para comprar aceite vegetal, era caro, muy caro. Mi mamá compraba camote amarillo, cascajo de diversos colores morado, verde, crema, azul… el secreto para que sea rico era solearlos por lo menos dos días para que sean dulces, yo me encargada de solearlos.
Desde los siete años aprendí a preparar el desayuno, si no había avena, había hierbas de cedrón, manzanilla, hierbaluisa… en el peor de los casos té de orégano. Lo importante era tomar una taza grande de avena y dos camotes para cada uno. En tiempos de clase, mi mamá dejaba de trabajar para atendernos. Era importante, muy importante la educación de sus hijos.
Con el transcurrir del tiempo, los dueños de la panadería ya nos conocían por ser los compradores de pan de los fines de semana y nos empezaron a dar un pan de yapa. No hubo un solo fin de semana que hayamos dejado de comprar pan en la Plazuelita Mandamiento, mientras durara nuestra pobreza… En la repartición del pan entre los tres hermanos siempre llevé la peor parte, pero nunca deje de comer un pedazo del pan de yapa.
La primera vez, ante la yapa recibida, nos repartimos igual para cada uno; en las siguientes veces Eusebio partía la mitad y decía que como era el mayor le correspondía la mitad. De la otra mitad, Marcos me daba un pedazo pequeño. En otras veces, me ponía a llorar durante el camino de regreso y por presiones de la gente, lograba conseguir un pedazo de cada uno. A pesar de las discrepancias por la repartición éramos tres hermanos muy unidos, felices a nuestra manera y respetuosos de nuestros padres.
Después del desayuno, teníamos que hacer nuestras tareas escolares. Cuando nos cansábamos y teníamos hambre, sacaba de mi bolsillo un pedazo de pan con mantequilla que me había guardado como fiambre y como mi madre estaba con nosotros, no me podían quitar.
En una ocasión le pregunté a mi padre: ¿Por qué no podemos comer pan todos los días como mis amigos? Su respuesta fue contundente: Porque somos pobres, hijo. Entonces, entendí que para dejar de ser pobre tenía que estudiar… mi trabajo era estudiar durante el año escolar y en las vacaciones era trabajar para ganar algún dinero para seguir estudiando. Esa lección no lo he olvidado. . Y usted amigo lector ¿se esfuerza por darles una mejor alimentación a sus hijos para que crezcan sanos y fuertes?

21. LUSTRANDO ZAPATOS

HISTORIAS DE UN SHUCUY
21. LUSTRANDO ZAPATOS
Como la economía del hogar era muy precaria, en vacaciones, mis hermanos Eusebio y Marcos iban en las mañanas al mercado a vender limones. El vendedor mayorista compraba un cajón de limones y a todos sus vendedores les daba los limones contados y por tamaños: diez por cincuenta centavos, seis por cincuenta centavos y cuatro por cincuenta centavos. Al medio día tenían que rendir la cuenta de los limones vendidos y según la venta se ganaba en algunas ocasiones un sol. Los sábados y domingos eran días de rayadera, ganaban dos y hasta tres soles cada uno. Yo los acompañaba y cuidaba las canastas conocidas como balay, era cestos hechos de carrizo muy comunes en mi tierra.
Mis hermanos entregaban las ganancias a mi madre y ella lo utilizaba para comprar los alimentos. Mi padre trabajaba como obrero, mi madre era empleada doméstica mis hermanos trabajaban vendiendo limones en la mañana y en la tarde hasta la noche lustraban zapatos y ¿yo? Algo tenía que hacer. Si bien era el último de los hermanos, necesitaba hacer algo para ayudar… acompañaba a mis hermanos a lustrar zapatos en la avenida 28 de Julio, calle céntrica de Huacho, en donde había un lugar para los lustrabotas. Allí conocí a Supermán y al Mago del trapo y ellos me enseñaron a lustrar, a sacar brillo para que los zapatos queden al espejo. Ellos tenían muchos clientes, hacían cola para lustrase los zapatos. Mis hermanos ocasionalmente tenían un cliente.
Mis hermanos empezaron a lustrar al estilo de los maestros de la lustrada y poco a poco fueron ganando más clientes. Todo eso veía, inclusive lustré a algunos clientes mientras mi hermano Marcos iba a cambiar sencillo para dar vuelto. Qué alegría había recibido cincuenta centavos por una lustrada, el cliente estuvo conforme con la lustrada… ya sabía lustrar, ya podía ganar algún dinero para llevar a la casa. Pero como el cajón era de Marcos, la plata le pertenecía.
 Esa noche le pedí a mi padre que me haga un cajón de lustrar porque ya había aprendido y quería trabajar. Como eran vacaciones, mi padre accedió y me convertí en un lustrador, amigo de Supermán y el Mago del trapo. Ellos, para ayudarme, me pasaban clientes, diciendo que era su sobrino y que también sabía lustrar al espejo… Fue una de mis mejores vacaciones, porque había aprendido a trabajar.
Mi madre Teresa, nos mandó a buscar una lata de leche Gloria para cada uno y le hicimos una abertura para convertirla en alcancía. Todo lo que podíamos ganar en la lustrada sería para comprar los útiles escolares. Claro que mis hermanos ganaban más que yo, pero tenía mi propia alcancía, mi dinero, ese dinero necesario para sobrevivir. Mis hermanos terminaron las vacaciones con cinco y cuatro alcancías y yo logré llenar dos alcancías.
Nosotros fuimos una familia bien unida, todos trabajábamos para vivir mejor. Para comprar nuestros uniformes, zapatos y útiles escolares. Mi padre quería que seamos profesionales y para eso, teníamos que estudiar y tener todos los libros que pedían los profesores cada año.
En muchas ocasiones hacía sonar mi alcancía, me hacía bien, me sentía útil, me sentía importante, a mis amigos Pozo, Kike y Toño les decía que yo también tenía plata… bastante plata… Entonces, me decían para comprar una Chavín y un chancay para comer. Les respondía que esa plata está en mi alcancía y lo guarda mi mamá para comprar mis útiles escolares. Me sentía orgulloso de trabajar y ayudar a mis padres. Y usted amigo lector ¿cuánto se esfuerza para darles calidad de vida a  sus hijos?