sábado, 4 de agosto de 2012

20. PERSEGUIDOS POR LA LLUVIA

HISTORIAS DE UN SHUCUY
20.  PERSEGUIDOS POR LA LLUVIA
En mi adolescencia tuve la oportunidad de visitar a mis primos Viviano, Eusebio y Gregorio, que vivían en Ticapampa, un pueblito de la sierra ancashina que se reconocía por una enorme chimenea que se veía a lo lejos. Para llegar, bajando por Conococha teníamos que pasar por los pueblos de Cátac y Cáyac que están ubicados a lo largo de la carretera que va hasta Huaraz. Fui a visitarlos con motivo de vacaciones. Ya tenía catorce años y me sentía feliz en mi mundo, en mi hábitat, en medio de los eucaliptos, capulíes y en contacto con la naturaleza, a pesar del frío, la lluvia, el granizo y la pobreza…
Como era vacaciones podía ir con mis primos a jugar pelota en las tardes con sus amigos en una canchita cerca a la iglesia. En las mañanas nos dedicábamos a pescar en el río Santa, cruzar a la banda del río en una oroya, ir a la laguna de Querococha, coger capulí y jugar entre nosotros hasta el mediodía que teníamos que regresar a la casa para almorzar. Hoy les referiré de cómo fuimos perseguidos por la lluvia.
En el día anterior habíamos comprado dos latas de atún, dos limones y ocho panes, sin contar con la cancha que llevábamos en el bolsillo, era nuestro fiambre para ir a pescar en la misteriosa laguna de Querococha, un lugar solitario en donde crece el ichu y se escucha el croar de los sapos y ranas. Mis primos, conocedores del lugar me prestaron un pocho marrón y un chullo para protegerme del frío. Salimos a las seis de la mañana, cruzamos a la banda del río utilizando la oroya y caminamos dos horas aproximadamente. Llegamos a una planicie y a lo lejos se veía la laguna. Cuando llegamos a un lugar en donde había una gran roca, me dijeron que allí sería nuestro lugar de descanso para protegernos del sol y del viento helado.
Luego nos pusimos a pescar durante tres horas… Estábamos con la mala suerte y no pescábamos nada. Como ya era el medio día decidimos comer atún con pan. Entre la conversación y la alegría de estar en estos parajes andinos, me sentía contento, pero a la vez preocupado ¿qué íbamos a llevar a la casa? Habíamos ido a pescar y nos esperarían con la seguridad de llevar algunas truchas. Entonces, les pregunto a mis primos ¿qué vamos hacer ahora? Mi primo Viviano nos dice que vamos a llevar cushuro en el balde que hemos traído el fiambre. Le pregunté ¿Cuál cushuro? ¿Acaso te refieres a los ovalitos que se come con papa y queso? Sí, me dice, son algas que crecen en la laguna.
Hasta ese momento el día estaba caluroso, no había nubes, el cielo estaba despejado. Era un buen día para pescar y pasear por esos parajes. Como se acabó el fiambre Eusebio me dice que el cushuro también se puede comer crudo. Buscamos un lugar apropiado en donde se veían estas algas ricas en proteínas y calcio. Como buen serrano, sé comer toda clase de alimentos, aprendí, al igual que mis primos a comer cushuro crudo, lavándolo en la misma laguna, comiendo y guardando en el balde para llevar a casa.
No nos habíamos dado cuenta que de manera misteriosa el cielo se oscureció por la aparición de nubes. De pronto empezó una lluvia que nos caía, nos perseguía… Mi primo Gregorio dice que la lluvia nos está persiguiendo porque estamos sacando el cushuro de la laguna. Tenemos que irnos, nos va a perseguir hasta que estemos lejos de la laguna. La reacción fue rápida y los cuatro primos corrimos llevando nuestro balde lleno de cushuro, protegiéndonos con nuestros ponchos y nuestros chullos. Corrimos como veinte minutos lejos de la laguna y de pronto vuelve aparecer el sol y todo vuelve a la normalidad, miro al cielo y veo desaparecer las nubes.
¿Habrá sido coincidencia? La verdad es que existe la creencia que la laguna no quiere que saquen el cushuro y para evitarlo, en el cielo aparecen rápidamente nubes cargadas y empieza a llover persiguiendo a los intrusos que están sacando el cushuro.
Me pareció un misterio que sólo puede tener una explicación en el mundo andino animado, en donde la naturaleza defiende su equilibrio y sus elementos se ayudan mutuamente para impedir todo acto de depredación. Y usted amigo lector ¿se interesa por cuidar el equilibrio de nuestros recursos naturales y garantizar el futuro de nuestros hijos y nietos?

19. LENGUADOS FRESCOS

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19.  LENGUADOS FRESCOS
Poco a poco los tres hermanos, Eusebio, Marcos y yo, íbamos acostumbrándonos a las nuevas formas de vida de la costa. En esta ocasión le contaré de cómo mejoramos nuestra alimentación en casa.
Los jóvenes de mi barrio eran peloteros y todos los días iban a la playa a jugar y bañarse en el mar. Mis hermanos se habían hecho amigos y yo como siempre los seguía a una cuadra de distancia, a veces me tiraban piedras para regresar a mi casa, hacía que regresaba, pero yo quería ir con ellos. Cuando se descuidaban… ya estaba cerca de ellos. Como tenían que jugar pelota, necesitaban un cuidador de la ropa, entonces me llamaban y me integraba al grupo. Me sentía contento de ir con ellos, los más grandes del barrio.
Cuando llegamos a la playa, ellos buscaban a otros muchachos para jugar pelota, se jugaba con apuesta y se presentaba el problema para mis hermanos, no tenían dinero y no podían jugar. El tener plata era importante para que te acepten en el grupo, siempre nos veían como los “misios” del barrio. Entonces los tres nos fuimos a la orilla del mar a ver cómo la gente se bañaba y vimos que estaban cazando pescado con unas varillas de fierros tipo barreta. Mis hermanos miraban atentamente cómo sacaban pescados. Los pescados eran planos, eran raros para nosotros. Algunas personas salían a la orilla para echar los pescados en un costalillo de tela. Entonces, por alguna razón un señor nos dice y ustedes por qué no pescan lenguados, hay bastante, si quieren les presto mi varilla.
Esta oferta de un señor, típico huachano, delgado, de baja estatura, pelo lacio y quemado por el sol, animó a mis hermanos y le preguntaron cómo hay que hacer para pescar. El buen hombre dijo que hay que buscar con los pies en la arena dentro del agua y si sienten la piel suave del lenguado, inmediatamente clávenle la varilla, porque si se demoran, se escapan.
No teníamos otra alternativa, se trataba de comida, era una oportunidad para llevar pescado a la casa. Como yo era muy pequeño era el encargado de cuidar la ropa de Eusebio y Marcos. Ellos eran más grandes y valientes. Era más fácil que los rastrojos de maíz o de papa, solamente tenían que buscar con los pies entre la arena, a pocos metros de la orilla del mar, y clavarle la varilla de fierro a los lenguados.
Ese día regresamos solos, los amigos grandotes del barrio ya se habían ido… a ellos no les interesaba porque sus padres tenían plata para comprar pescado. Regresamos a la casa llevando12 lenguados en mi polo, no porque quería ir calato a mi casa, sino porque mis hermanos así lo habían decidido. Y como era el menor, me tocó llevar los pescados cargados sobre el hombro. No me importaba el peso… me imaginaba la alegría de mi madre para cocinar un pescado blanco y plano. El gentilhombre nos habían dicho que en el mercado cuesta un poco caro y que es un pescado fino. Era mejor que la anchoveta, el jurel o el bonito, los únicos pescados de consumo popular.
Al día siguiente nos fuimos al basural a buscar nuestra herramienta de pesca, teníamos que volver porque la naturaleza nos brindaba una oportunidad de alimentarnos mejor. De tantas veces observar, también aprendí a pescar lenguados y me sentía feliz de ser un huachano que vive de los alimentos que nos proporciona el mar. Y usted amigo lector ¿se interesa por darles buena alimentación y calidad de vida a sus hijos?

18. ATARDECER HUACHANO

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18. ATARDECER HUACHANO
Los recuerdos de mi infancia son sólo recuerdos porque ya no se pueden volver a vivir. Hoy les contaré sobre algo hermoso que se presentaba en el horizonte de la playa y que desde el malecón Roca muchas personas extrañas observaban.
La playa de Huacho era grande y hermosa. Tenía muchos humedales que formaban lagunas que se  unían unas a otras. Además había manantiales naturales en donde la gente pobre lavaba su ropa. La playa era ideal para jugar pelota en las grandes extensiones de arena que había entre el puerto de Huacho y la caleta de Carquín. Realmente era inmensa, limpia, y acudían cientos y miles de personas a jugar pelota, bañarse en el mar y finalmente en las lagunas naturales de agua dulce para quitarse el agua salada del mar.
Recuerdo que mi madre nos llevaba a la playa los sábados para lavar ropa. Los tres hermanos ayudábamos a lavar la ropa y las frazadas. Mi madre los tendía entre los pastos y las piedras, mientras nosotros nos bañábamos en el agua dulce de las lagunas. Como no tenía amigos, me iba a la orilla del mar para observar su inmensidad, el vaivén de sus aguas y las olas pequeñas y grandes. A partir de las cinco de la tarde las olas crecían y reventaban con fuerza, para entonces, ya casi no quedaban bañistas en el mar. Todos sabían que era el inicio de la crecida y bravura del mar.
Bajar por el sector de la Consa era un poco difícil y solitaria, pero era el más corto para ir a lavar la ropa. Estábamos muy lejos de la piscina San Pedrito. Teníamos que conformarnos con bañarnos en las pequeñas lagunas próximas al manantial donde mi madre descansaba después de terminar de lavar la ropa. Mi padre no formaba parte de estas tareas, porque siempre estaba trabajando. Mi padre nos decía: cuidado con los pishtacos, no se alejen de su madre. Cuidado con irse a bañar al mar.
Cómo podía ir a nadar al mar si desde lejos podía ver a enormes peces que desfilaban desde el Puerto hasta Carquín. Desfilaban en orden, saltando, desapareciendo y apareciendo de nuevo y así seguían avanzando hasta perderse en el horizonte.
Me preguntaba cómo pueden haber pescados tan grandes… esos deben comer a la gente, con razón en las tardes después de las cinco toda la gente se sale del mar. Esos eran mis pensamientos y el temor de ingresar al mar.
Nunca pregunté que clase de pescados eran, pero a la distancia podía reconocerlos por su gran tamaño. Pasaron algunos años hasta que nuestra profesora Carmela, en su clase de Naturaleza, nos dijo que eran delfines que aparecían en el horizonte del mar y que muchas personas venían de otros lugares a contemplar el maravilloso paisaje natural.
Tenía razón mi profesora porque en las tardes mucha gente extraña acudía al malecón Roca para observan a los delfines que desfilaban en el horizonte. ¿Cómo sabían los delfines que eran las cinco de la tarde? Era un misterio que no me podía responder en esos tiempos.
Hoy sólo quedan recuerdo y testimonios de esa maravilla que la naturaleza nos brindó y que el hombre, por el afán de riqueza depredó. ¿Habrá valido la pena? Creo que no. Y usted amigo lector ¿se interesa por preservar nuestros recursos naturales para seguir disfrutando de las maravillas que Dios nos dio?

17. DÍA DE LOS INOCENTES

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17.  DÍA DE LOS INOCENTES
Qué hermosos recuerdos guardo de mi infancia, hoy les referiré a uno de los mejores días que pasábamos los niños con motivo del “Día de los Inocentes”:
La ciudad de Huacho, la “Tierra de don Dionisio”, “Tierra de brujos y curanderos”, antes de convertirse en una gran urbe, era tierra de pescadores y agricultores. Gente hospitalaria y generosa… como muestra de ello los comités de autos y  omnibuses tenían la costumbre de llevar a pasear a los niños de la ciudad cada veintiocho de diciembre. Llevarlos al campo a divertirse, el pasaje era gratis, además nos regalaban galletas, caramelos, frutas y otras golosinas, nos llevaban en la mañana y regresábamos en la tarde, algunos iban a la campiña, otros al valle de Huaura, otros a Végueta, Medio Mundo, en fin, tantos lugares bellos y hermosos que tiene mi pequeño gran país, del cual ahora soy un desconocido… un paria… que sólo vive del recuerdo de su tierra natal.
Los amigos inseparables: Kike, Pozo, Toño y yo teníamos que elegir un ómnibus de la línea urbana número uno. Como era una empresa de huachanos que conocían la costumbre del “Día de los inocentes” nos darían muchas golosinas y frutas. Para lograr nuestros propósitos teníamos que levantarnos a las seis de la mañana y hacer cola en su paradero principal. Así lo hicimos, nos gustaba la aventura de conocer otros lugares más allá de nuestro barrio.
La empresa había decidido llevar a los niños al valle de Huaura, es la ruta en donde existen las azucareras El Ingenio y Andahuasi. Todo ese valle tiene abundante vegetación y está próximo al río Huaura. Ellos buscaron un lugar para acampar y poder jugar y bañarnos en el río. Como teníamos la experiencia de años anteriores, llevábamos nuestras bolsas para llevar parte de los regalos que nos darían en el paseo.
Durante el viaje cantábamos canciones que nos enseñaba una persona encargada de mantenernos alegres y contentos. Nos sentíamos afortunados de viajar gratis en un ómnibus grande. Hacíamos amistad con otros niños que vivían en otros barrios. Al regreso era igual, hacíamos bulla para llamar la atención de las personas que esperaban nuestro retorno.
Siempre había personas mayores que nos hacían jugar, a la ronda, la gallinita ciega, las escondidas, chancalalata… Otros, los más grandes jugaban pelota, las chicas jugaban vóley. Luego de comer sánguches, chicha morada, galletas, gaseosa, manzanas, naranjas, peras, ciruelas, caramelos y muchas golosinas más, nos bañábamos en el río Huaura, que tenía un brazo de pequeño caudal, no había peligro de ahogarnos. Además los huachanos éramos grandes nadadores.
Ahora que han pasado los años, me gustaría que vuelvan los años maravillosos de amor a los niños y que las cosas buenas que existen en otras culturas sean aprendidas en nuestra Amazonía. Por ejemplo, puede ser el sábado más próximo al día de la primavera. Que todos los niños de educación primaria salgan a pasear al campo cerca de las quebradas y riachuelos. Que los profesores sean los encargados de llevarlos de paseo. Los padres dispondremos lo necesario para proveerlos de fiambre. Algunos padres o madres pueden acompañar a los niños para mantener el control y cuidado de nuestros hijos. Que los niños vivan un día de aventura, libertad, amistad, compañerismo y felicidad. Y usted amigo lector ¿se interesa por su familia y salen al campo con sus hijos por lo menos una vez al mes?

16. APRENDIENDO A NADAR

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16.  APRENDIENDO A NADAR
Como todo  huachano que vive cerca al mar tenía que ser un gran nadador. En la playa de Huacho existen las piscinas: El Trampolín, San Pedrito y El Inca. Al momento de escribir este relato toco la cicatriz que tengo en la cabeza como un claro recuerdo de cómo aprendí a nadar.
Como todo niño de apariencia serrana era un buen observador de los niños, adolescentes y jóvenes que iban a las piscinas y los veía cómo se aventaban y nadaban como peces en el agua. Tenía seis años y acompañaba a mis hermanos Eusebio y Marcos, que no me querían llevar, pero atrás, a una cuadra de distancia los seguía y cuando ya estaban bajando las escaleras del malecón Roca, me esperaban y me unía a ellos. Me necesitaban para cuidar su ropa, en aquellos años no había vestuarios, ni personas que cuidaran las ropas de los bañistas.
Me encantaba ver cómo se aventaban a la piscina. Mis hermanos, serranos como yo, ya habían aprendió a nadar y cuando les preguntaba cómo se hace para nadar me decían: Como tú no sabes, trata de nadar como perrito, con las dos manos trata de jalar el agua hacia abajo, pero tienes que hacerlo dentro del agua; también tienes que patear con fuerza hacia abajo, las dos cosas tienes que hacer. Si puedes hacer esas dos cosas podrán nadar al estilo perrito.
Con esas indicaciones me iba a la laguna natural que se formaba con el desfogue de las aguas de la piscina. Allí intentaba practicar a pesar de que el agua solamente me llegaba a la cintura. Pero mi deseo de aprender era muy grande, jalaba el agua para adentro, pero me hundía. No podía mover los pies, porque me concentraba en el movimiento de las manos. Así pasaban los tres meses de vacaciones. Tanto entrenamiento infructuoso, pero al menos sabía cómo hacerlo en caso de aventarme a la piscina.
Recuerdo que un niño de tres añitos nadaba muy bien en la piscina, su papá le acompañaba. Esa piscina que me daba miedo porque era hondo, medía un metro de profundidad. Yo medía un metro con veinte centímetros. Mis hermanos me habían prohibido aventarme a la piscina porque me podía ahogar y morir. Por eso me limitaba a observarlos.
Fue el último sábado de vacaciones cuando mis amigos Kike, Pozo y Toño me dicen para ir a la playa después de almuerzo.  Mis hermanos estaban vendiendo frutas en el mercado y no volverían hasta las seis. Era la una de la tarde de aquel día inolvidable. Era mi última oportunidad de aprender. Ellos me animaban durante el camino que era fácil. Kike me decía: Te avientas de cabeza y luego te paras con la punta de los pies. Ya parado no hay problema, puedes caminar despacio hasta el lado más cercano de la piscina para que te agarres. Pozo me decía: Nosotros te vamos a salvar en caso que no puedas pararte de pie. No tengas miedo. Hoy vas a aprender a aventarte y nadar en la piscina como nosotros.
Con estas palabras alentadoras, me sentía con la suficiente valentía para aventarme a la piscina y demostrar a mis amigos que sí podía nadar. Recuerdo que todavía no llegaban los bañistas, era muy temprano. La gente llegaba después de las dos de la tarde. Cómo habrán sido mis deseos de aprender, porque ni bien llegamos a San Pedrito, me quité mi polo y mi pantalón, me acerqué a la orilla de la piscina y me aventé sin miedo. Me aventé de cabeza y cuando salí a la superficie me puse a nadar como perrito, ¡sí, sí me salía! ya estaba nadando… De pronto Kike grita: ¡Está saliendo sangre de tu cabeza!, ¡sal de la piscina para ver que te ha pasado! Me asusté y salí rápidamente y la sangre seguía saliendo.
Pozo y Kike se asustaron. Doblaron mi polo y me lo pusieron en la cabeza, ¡aprieta fuerte para que no salga sangre! y me dijeron ¡vamos al hospital El Carmen para que te curen!
En el camino, recordaba mi proeza de haberme aventado y podido nadar. No recordaba que me había golpeado en el fondo de la piscina. Cuando llegamos al hospital me pusieron cinco puntos. Me hice el valiente para no llorar cuando me hincaban con la aguja. Para ir a mi casa, tenía miedo, porque no había pedido permiso y mi mamá me castigaría por llegar con un parche en la cabeza.
Mis amigos, mis abogados, estando cerca de mi casa se adelantaron para contar a mi madre lo que había pasado. Cuando llegué y vi a mi mamá la abracé y me puse a llorar y le pedía que no me castigue. Mi madre, movió su cabeza y me dijo: ¿Cómo voy a pegar a mi hijo pequeño que ha aprendido a nadar como un verdadero costeño? En la noche mi padre al enterarse dijo: ¡Otra vez no salgas de la casa sin permiso! ¡Ya vez lo que te ha pasado! En mi imaginación me veía nadando como un pez en el agua… Pero, tenía que esperar el próximo verano porque el lunes empezaban las clases... Y usted amigo lector ¿se interesa en enseñarles a sus hijos algún deporte que les gusta y dispone de su tiempo para ellos?

15. LA CORBATA

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15. LA CORBATA
El último cumpleaños de mi madre, fue muy triste, ella la pasó sola, enferma y triste porque todos la habíamos abandonado. Ella como buena madre sufrió en silencio una enfermedad crónica para no preocupar a sus hijos, ya adultos y con sus propios problemas familiares. Mi padre había viajado a Lima para cuidar a sus nietos, Eusebio había viajado por motivos de trabajo, mis hermanos menores ya no vivían en casa. La familia numerosa no se acordó de mi madre…
Pero, la Divina Providencia envió a Violeta, mi esposa, a visitarla de manera sorpresiva porque había viajado a Lima a hacer compras y como era cumpleaños de mi madre, viajó a Huacho y lo que encontró fue a una mujer en cama, acabada, pálida, demacrada, con mucho sufrimiento. Su llegada sirvió de consuelo y tuvo ganas de vivir. Se sentó en su cama y preguntó por su hijo ingrato, como así me llamaba porque vivía en Tingo María y pocas veces iba a casa.
Mi madre se alegró, a pesar de su grave enfermedad, le preguntó qué hacía, cómo vivía, si estaba bien, en fin, la esperanza de su sacrificio. Violeta le comentó sobre mi vida de padre responsable, trabajador y eterno estudiante. Que en la universidad, le exigen que se vista elegante y le mostró una corbata que me había comprado para usar como profesor universitario.
Doble alegría en ese día para mi madre, saber que su hijo lejano está bien y que sus oraciones a Dios se habían cumplido, que su cuarto hijo haya logrado hacer realidad sus sueños de juventud, ser un buen padre de familia y ser profesional. Miró con mucho cariño a mi esposa y se sonrió al ver la corbata que usaría al ir a la universidad. Se imaginó cómo me veía elegante. Con una mirada tierna le sonrió, agradeciéndole por cuidar de su hijo.
Ese mismo día fue internada en el hospital, mi madre quería vivir, le dijo a Violeta que la lleve al hospital porque quería curarse y viajar a Tingo María en búsqueda de su hijo. Por razones que sólo sabe Dios, Violeta, después de internarla en el hospital y avisar a la familia, se despidió con la promesa de regresar en los próximos días. Mi madre le dijo que la esperaría y que no tendría miedo estar en el hospital y que se recuperaría pronto para viajar juntos.
Fue una despedida alegre y lleno de esperanza, lamentablemente al día siguiente falleció. Sólo Dios sabe los misterios de la vida, el sufrimiento por la pérdida de mi madre lo llevo en mi corazón y tengo los mejores recuerdos de su cariño y sacrificio para ser lo que soy. Dicen que los valores que nuestra madre nos enseña en la niñez no se olvida, ahora que la he perdido, recuerdo sus sabias lecciones para ser lo que ella soñó para mí, un hombre feliz.
Ha trascurrido un año de su partida y ayer tuve mi primer encuentro con los estudiantes de la universidad, me presenté seguro de mí mismo, llevando puesto una corbata especial, que simboliza la bendición de mi madre. Después de una hora de exposición, recibí los suficientes aplausos para entender que había logrado iniciar mi nueva carrera de conferencista sobre temas de liderazgo y superación personal, dirigido a los jóvenes para que cambien de actitud y aprendan a construir un futuro diferente. Ahora, caminaré y buscaré nuevos espacios para llevar mensajes positivos para formar una nueva sociedad más justa y humana. Adiós a los gallinazos sin plumas. Y usted amigo lector ¿cuánto ama a sus padres y los asiste en su vejez?

14. EL TERREMOTO DE 1966

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14. EL TERREMOTO DE 1966
Cuando sucedió el terremoto de 1966, me encontraba estudiando el cuarto año de primaria y estábamos en clases bajo la atenta mirada de nuestro maestro, Hermes Feliciano, siempre con su mirada severa y seria, pero a la vez amable. En esos tiempos teníamos que portarnos bien, existía el cuarto de la calavera, el chicote de tres puntas y la regla como recursos del docente para mantener la disciplina en el aula.
La tarde del 17 de octubre era como cualquier tarde de clase, pues en aquellos tiempos estudiábamos en las mañanas y tardes, pero ese día era un día trágico para la ciudad. De pronto empieza a sentirse un ruido extraño, escuchamos que los perros ladran y empiezan a moverse las carpetas, las paredes… nos asustamos y gritamos ¡temblor…! Y cuando el movimiento sísmico se mostró con más fuerza nos desesperamos y gritamos ¡terremoto! No sabíamos qué hacer, nos mirábamos asustados y en ese mismo momento del terremoto vi que el profesor cogió a sus dos hijos e intentó salir y bajar del segundo piso en donde nos encontrábamos.
Pero de pronto, regresó de la puerta y empezó a tranquilizarnos y dijo que nos calmáramos y empezamos a rezar a Dios y la Virgen María. Rezábamos como nunca lo habíamos hecho, pidiendo a Dios que no nos castigue, que perdone nuestros pecados… hasta que pasó el terremoto. A pesar de la desesperación de mis compañeros, yo mantenía la calma, pero, también estaba asustado.
El profesor Feliciano nos pidió que sigamos rezando el Padrenuestro, el Avemaría y el Credo. De pronto nuestro profesor empieza a cantar una canción que habíamos aprendido meses atrás…  Todavía recuerdo el título: Más cerca de Ti Señor, más cerca de Ti. Esa canción nos elevó a un estado celestial, maravilloso, llorábamos mientras cantábamos, era la canción que el profesor nos había enseñado después de contarnos la tragedia del Titanic. En esa ocasión también lloramos porque cantar esa canción nos acercaba a Dios y nos hacía más humanos, más amigos, más compañeros…
Ojalá todas las personas del mundo puedan cantarlo algún día. Tal vez en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. ¿Tal vez mi profesor sintió que íbamos a morir y por eso nos hizo cantar esa canción? No lo sé, pero dejamos de tener miedo y empezamos a sentirnos transportados a una dimensión de paz y amor por nuestros compañeros, por la gente, por la humanidad. Cuando terminamos de cantar hubo un vacío, ya había pasado el temblor y de manera instintiva nos abrazamos y brotaban nuestras lágrimas de amor y felicidad. Recuerdo que éramos más humanos después de aquella canción.
Después del susto y con la tranquilidad y la calma en el salón, el profesor Feliciano decidió que bajáramos con nuestras cosas y vayamos a nuestras casas para tranquilizar a nuestros padres. Bajamos en orden, en silencio… seguíamos extasiados por los resultados de la canción. Como despedida nos dijo que éramos valientes y respetuosos de la voluntad de Dios.
Después de esta experiencia, mis padres y mis hermanos tuvimos que vivir en la calle por muchos meses, mi papá Claudio construyó una casita de esteras porque la casa donde vivíamos no había soportado el terremoto. Así, terminé el quinto año de primaria (Promoción) con algunas limitaciones y dificultades, pero con el apoyo de mis padres, ellos se sentían felices porque sus hijos iban a la escuela… Y usted amigo lector ¿sigue practicando los valores que los maestros le inculcaron en la escuela?

13. UN PARIA DIFERENTE

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13.  UN PARIA DIFERENTE
Según mi poco entendimiento, la pobreza es un mal social que se presenta por el abandono del Estado, a las familias de la zona rural. De allí proviene mi origen… un provinciano pobre… un paria… un shucuy…
Según el diccionario, un paria, es la persona a quien se considera inferior y se le niega el trato y las ventajas que gozan las demás. En esta sociedad asfixiante y egoísta,  encajamos los pobres, los mendigos y vagabundos… para ellos, es malo buscar nuevas oportunidades de superación; por eso, tenemos que emigrar a otros lugares en busca de oportunidades.
Con motivo de las elecciones municipales, vuelvo a revivir en mis sentimientos, la condición de paria, porque los peruanos nos convertimos en seres mezquinos y despreciables con quienes no han nacido en el lugar en donde hay oportunidades de desarrollo humano.
En la costa, fui marginado por mi pobreza, por mis raíces andinas, del cual me siento orgulloso. Cómo despreciar lo hermoso y bello del mundo andino, el capulí, el cushuro, la trucha, la cancha,  el jamón, la cordillera blanca, el río Santa, el perfume de los eucaliptos, mi poncho y los cariños de mi aguicha Tomasa.
En la sierra, porque soy costeño, no sé hablar el quechua, ser aculturado, vestir diferente. Cómo despreciar lo hermoso de las campiñas, el mar, la ciruela, el níspero, la lúcuma, las paltas, uvas, las playas, la escuela, la ciudad… Todo lo abandoné para irme a la selva, esa selva enorme y misteriosa. Me fui para no volver, por no haber logrado insertarme en una sociedad discriminadora.
Hace treinta años vivo en la selva. Veinte años en Aucayacu, donde maduré como persona, dejé mi edad de piedra y reconstruí la imagen de un maestro que trasciende en el tiempo y aposté por el camino del ejemplo. Retomando las enseñanzas de mi madre, estudiando para buscar un espacio en esta selva humana para dejar de ser un paria.
Hace diez años que vivo en Tingo María, y cuando me presenté en la televisión para hacer un programa cultural, recibí expresiones negativas como: Es un profesor de Aucayacu, no es nadie, es un charlatán, es un vendedor de sebo de culebra. Es un costeño, no es que aquí, es un extraño. Es un serrano, que se cree la gran cosa porque ha estudiado, pero no tiene ningún título, es un fracasado.
De todo tuve que soportar a esta clase media de Tingo María. A pesar del desprecio, he sabido ganarme el respeto de padres de familia y comunidad en general. Es en Tingo María en donde pongo en práctica intensiva el Lifelong learning, que significa estudiar durante toda la vida. Gente que me hizo mucho daño por querer educar a partir de los valores. Pero, la grandeza del conocimiento supera y borra todo signo de desquite y revancha. He dejado ser un paria gracias a la educación, el trabajo y el ejemplo. Ahora, a modo de gran conquistador iniciaré un recorrido desde la selva a la sierra y a la costa a conquistar el derecho de ser peruano y dejar de ser un paria por sentimientos chauvinistas de gente mediocre. Y usted amigo lector ¿ha aprendido a valorar a las personas por su calidad humana sin importar su condición económica?

12. LA PROFESORA SILVIA

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12. LA PROFESORA SILVIA
En nuestra sociedad los padres de familia tienen mucho respeto por los profesores de educación básica, especialmente por los del nivel primaria. Les referiré sobre una Maestra ejemplar que conocí y que fortaleció mi condición de profesor que tiene que enseñar más allá de las aulas, utilizando los medios de comunicación para enseñar a una sociedad que cada vez está más dividida por el afán de riqueza y poder, descuidando la educación para construir una sociedad mejor.

En el año 1990 conocí una experiencia extraordinaria  de la profesora Silvia, encargada del primer grado de primaria y que en el momento de la matrícula, por alguna razón la directora había permitido el ingreso de cincuenta alumnos para ese grado.

La profesora recibió su nómina de matrícula con la mejor disposición y se dispuso a organizar su primera reunión con los padres de familia de su sección. – Ella se decía: Si las clases empiezan el lunes en la mañana, entonces convocaré a los padres para el mismo día lunes en la tarde. Ellos vendrán porque están entusiasmados con sus hijos que vienen por primera vez a la escuela.

Efectivamente, la profesora recibió a las madres que llevaban a sus hijos y les entregaba una citación para una reunión urgente a partir de las tres de la tarde. Las madres y algún padre de familia aceptaban con mucho gusto la iniciativa de la profesora.

El primer día de clases fue muy difícil, algunas madres se quedaban para calmar el llanto de sus hijos. La profesora con la experiencia de años anteriores empleaba algunas estrategias motivadoras para que acepten quedarse en clase y presten atención. Cuando sonó la campana del recreo, la mayoría de madres estaban esperando la salida de sus hijos. Habían niños y niñas valientes, especialmente los varoncitos, que habían recibido consejos de sus padres que los niños no deben llorar en la escuela. Por fin llegó la hora de la salida… los padres estaban esperando por sus hijos. La profesora les recordaba que en la tarde los estaría esperando.

En la tarde la profesora se presentó: Soy la profesora Silvia y estoy a cargo de la educación de sus hijos… el motivo de la reunión es que tengo a cargo cincuenta alumnos y no les puedo enseñar a todos, por favor les pido  que se anoten en estas dos listas: en uno los padres que desean que sus hijos estudien en las mañanas y en el otro los padres que desean que sus hijos estudien en la tarde. Señores mi compromiso es lograr que sus hijos aprendan y por favor ayúdenme con la distribución de dos grupos de veinticinco alumnos para poder enseñar mejor a sus hijos.

Luego de algunas vacilaciones y preferencias por el turno de la mañana se logró distribuirlos en dos secciones. La profesora les agradeció por su comprensión y les dijo que a partir de mañana empiezan las clases con total normalidad. De pronto una madre de familia le pregunta: Profesora, los padres de familia del turno de la tarde ¿Cuánto tenemos que pagar? La profesora Silvia le responde: Disculpe, no entiendo ¿Pagar de qué? Pagarle a usted profesora, porque a usted el Estado le paga por enseñar en la mañana y no en la tarde.

La profesora Silvia les responde: Los maestros que tenemos vocación, estamos comprometidos con nuestro trabajo de enseñar y cuando ingresé al magisterio supe la responsabilidad que tenemos los maestros para formar las nuevas generaciones de ciudadanos y ciudadanas que cambiarán la sociedad. Tengo el orgullo y la satisfacción de poner los primeros conocimientos y la enseñanza de valores en ellos: Soy como el ingeniero que pone las bases de lo que será un gran edificio. No me deben nada, solo les pido que me ayuden con sus hijos en casa. Tengo paciencia y amor para enseñar a sus hijos y me siento honrada de ser su segunda madre. Confío en que juntos lograremos hacer un buen año escolar. Gracias a todos.

Yo presencié esa reunión, los padres y madres de familia se acercaban a estrechar las manos de la profesora de su hijo, con mucho respeto y admiración a una profesora que marcaba la diferencia.  Aprendí una gran lección de esta maestra ejemplar que se mantiene en el anonimato probablemente por la indiferencia de sus colegas y las autoridades educativas de Aucayacu. Y usted amigo lector ¿alguna vez ha regresado a su escuelita de primaria para agradecer las enseñanzas de su profesora?

11. LAS SALINAS

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11. LAS SALINAS
Las Salinas de Huacho es el lugar en donde nací. Allí es mi tierra, allí vi la luz de la vida. Hace unos años viajé al lugar de mi nacimiento y nadie, absolutamente nadie me conocía, peor a mis padres. Recordé mi condición de paria, ni siquiera en el lugar en donde había nacido me conocían.
 Es un lugar cercano a Huacho, en medio del desierto y próximo al mar. Mis padres llegaron a las Salinas en busca de trabajo, En aquella época se necesitaban obreros para extraer la sal de las grandes pozas a punta de pico y pala. Eran épocas de extracción rústica. Mi padre trabajó durante cinco años. El trabajo era muy pesado; para una persona sin mayor educación solamente podía haber trabajo de  obrero.
Justamente los cinco años de trabajo en las Salinas fue la edad que tuve, de allí nos fuimos a vivir a Huacho en el callejón sin caño que más adelante les referiré.
En las Salinas existe una empresa que extrae la sal y a sus trabajadores les da vivienda y les pone movilidad para que cada fin de semana viajen a la ciudad a proveerse de alimentos. Esa era la razón porqué nadie me conocía, era un centro de trabajo, no era una ciudad.
Por mi condición de profesor y explicado el motivo de mi visita, que era el lugar de mi nacimiento, me dejaron recorrer el campamento. Era una empresa moderna con grandes maquinarias, ya no había trabajo forzado. Eran otros tiempos. Ingresé a la Mercantil en busca de información de los trabajadores antiguos, habían muchos paisanos y parientes de mi padre, pero todos desconocidos para mí.
No sabía qué hacer, había caminado desde la carretera Panamericana, siete kilómetros aproximadamente para llegar a las Salinas, había idealizado en mi pensamiento el encuentro con alguna persona que haya conocido a mis padres. Tomé una Concordia, no había Chavín, la gaseosa de los huachanos. No tenía nada, absolutamente nada que hacer en las Salinas. Pagué la cuenta y le agradecí al encargado de la mercantil por su atención.
Como no hay movilidad particular, ni colectivo para regresar tenía que volver a caminar los siete kilómetros. De pronto escucho una voz que me llama, era un trabajador con su mameluco y casco de seguridad, forma de vestir de los trabajadores de la empresa. Era una persona de mi edad y me vuelve a llamar por mi nombre, trato de reconocerlo, pero no puedo. ¡Hola promoción! ¿Qué haces por acá? ¿Te acuerdas de mí? La verdad, es que no me acordaba de nada, pero todo se aclara cuando me dice: Soy Tauca, estudiamos juntos en el Xammar.
Era mi compañero Tauca, el Pedrito Ruiz de nuestro equipo de fútbol, cada viernes jugábamos pelota y él era el que, en la mayoría de las veces, hacía ganar los partidos. Le conté que vivía en la selva y era profesor en Aucayacu, quería conocer el lugar de mi nacimiento y recoger mis pasos de lo vivido en la costa para dar testimonio a mis hijos, porque ellos no conocen el origen de la familia. Me llevó en su carro hasta la salida, le agradecí y nos despedimos con una sonrisa.  Y usted amigo lector ¿ha regresado a su tierra natal para valorar su origen y no sentirse extraño en otras tierras?

10. ASALTO EN SOL DE MAYO

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10. ASALTO EN SOL DE MAYO
Los relatos de mi vida en la selva también son interesantes. Les referiré sobre un asalto que hasta hoy sigue en el misterio, por lo que sucedió. Espero que ustedes puedan descubrir el misterio.
En Aucayacu, tenía una pequeña librería y para poder competir con las demás librerías, tenía que viajar a Lima y comprar en las tiendas mayoristas y en Mesa Redonda. El negocio era de toda la familia, todos ayudaban, Violeta mi esposa se hacía cargo de la tienda cuando yo viajaba, mis hijos ayudaban a sacar copias y atender a los clientes, a pesar de ser menores, siempre trabajaron para salir de la pobreza y el pequeño negocio, nos daba la oportunidad de vivir mejor.
Era un viernes cuando llegué a la casa a recoger los costales para las compras, la lista de compras,  el dinero y el pasaje en la leal empresa Transmar de Aucayacu. Eran tiempos del apogeo del terrorismo y los asaltos en la carretera. En mis veinte años que viví en Aucayacu nunca tuve problemas, pero, siempre hay una primera vez…
Llegué a tiempo a la agencia y subí en busca de mi asiento, por comprar en el último día me tocó el asiento del fondo, en donde nos sentamos cinco personas. Llegamos a Tingo María, sin novedad y nos demoramos casi media hora, hasta que los pasajeros empezaron a reclamar por qué nos demorábamos tanto, ya que teníamos que cruzar el túnel de Carpish junto con los demás omnibuses de las otras agencias, para evitar los asaltos.
El chofer hizo caso de los reclamos y continuamos el viaje. Todos los omnibuses paraban en Sol de Mayo para cenar. Nosotros éramos los últimos en llegar, cenamos rápido para no quedarnos solos, los pasajeros estábamos listos, pero el chofer y su copiloto seguían cenando. Nuevamente, los pasajeros reclaman que nos estamos quedando solos. El chofer, medio molesto, tuvo que hacer caso a los pasajeros. Cuando estábamos a escasos cincuenta metros, de reiniciado el viaje, tres hombres armados detienen el ómnibus, encañonan al chofer y se abre la puerta e inmediatamente ingresan tres asaltantes con pasamontañas. ¡Estábamos fregados!
Recibimos la orden ¡Manos sobre la nuca! ¡Nadie se mueva! Desde los primeros asientos empezaron a revisar y quitar dinero, relojes, zapatos, sortijas, aretes y alguna prenda de valor que llevaba cada pasajero. Como me encontraba en la última fila, intenté guardar en el interior de mi calzoncillo los tres mil nuevos soles, que llevaba para comprar mercadería. Tenía ciento cincuenta en el bolsillo de mi camisa y con suerte, eso sería lo que me quitarían.
Escuché gritos de un pasajero porque le habían dado un culatazo con el fusil. Una señorita se desmayó con el susto, a un pasajero le quitaron cinco mil dólares y al defender su dinero le golpearon en la cara. Todo era horrible, no había nada qué hacer. Siguen avanzando y quitando dinero. Repiten la orden de ¡Manos sobre la nuca! ¡Nadie se mueva carajo! ¡Agachen la cabeza! Tuve miedo porque ya estaban cerca y a los cinco del fondo nos empiezan a revisar…
Para facilitar su trabajo y evitarme algún maltrato, me despojo de mi reloj, saco el dinero del bolsillo y cuando intento echar a su bolsa, me mira y empuja mi mano. No quiere mi dinero, ni mi reloj. Me atrevo a mirarlo y no me dice nada. ¿Acaso los delincuentes respetan a un profesor? ¿Cómo sabían que era profesor? ¿Qué fue lo que pasó? La verdad sigue siendo un misterio para mí.  Y usted amigo lector ¿también respeta y valora a los maestros que asumen la noble tarea de enseñar a sus hijos?

9. MI PROFESORA DE MECANOGRAFÍA

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9. MI PROFESORA DE MECANOGRAFÍA
En mi adolescencia estudié en el mejor colegio de Huacho, el glorioso Colegio Nacional Luis Fabio Xammar, pero por razones de especialidad, mi promoción fue el patito feo del colegio. No participábamos de las actividades de la “secundaria común”.
Estudiábamos en el pabellón de aulas prefabricadas y teníamos como auxiliar de educación al profesor Rodríguez, conocido con mucho cariño como “Pelo Duro” gran personaje, estricto y se preocupaba por nosotros. En muchas ocasiones nos decía “ustedes están estudiando una profesión y tienen que sacar provecho a sus estudios”.
Efectivamente, nosotros estudiábamos para terminar la secundaria y al mismo tiempo para ser contadores mercantiles. En cambio los del “común” solamente terminaban su secundaria. Fue el mejor argumento que me motivaba a esforzarme en mis estudios. ¡Ser contador!, como mi segundo hermano mayor, contar bastante plata y llevar la cuenta de las empresas.
 Mis mejores compañeros fueron Manuel el “Frentón”, Alfredo el “Gringo” y Alberto el “Cabezón”. Cursábamos el primer año y teníamos que llevar el curso de Mecanografía, el auxiliar nos había dicho que el curso lo iba a dictar la secretaria del colegio. Se presentó la profesora Goñi, la única profesora que nos enseñó durante la secundaria, todos eran varones y tal vez por eso recuerdo su genialidad para desarrollar el curso.
Para empezar, no teníamos una máquina de escribir en el aula, ella dibujó en la pizarra un modelo del teclado de la máquina de escribir y nos dijo que construyéramos nuestros teclados a bajo relieve, en cartón de cajas usadas. Con la ayuda de mi hermano Marcos logré hacer mi teclado de máquina de escribir y empecé a practicar las teclas guías… las teclas superiores… las teclas inferiores… finalmente los números y mayúsculas.
Cuando mi padre se prestó una máquina Royal de su trabajo para practicar, porque ya se avecinaba el examen de fin de año, su jefe accedió con mucho gusto. Fue emocionante saber que sabía escribir a máquina correctamente. Al tacto y utilizando los diez dedos. ¡Nuestro teclado de cartón había funcionado!  Habíamos practicado, dos veces por semana, habíamos memorizado el teclado y en los exámenes parciales teníamos que escribir oraciones en donde la profesora Goñi miraba nuestros dedos, si acertábamos en la letra que correspondía, con la mirada al frente.
En el segundo año tuvimos cuatro máquinas de escribir para practicar, ya no sólo por el curso, sino, para llenar documentos mercantiles, correspondencia comercial y otros cursos que exigían la presentación de trabajos utilizando la máquina de escribir. A pesar de pertenecer al siglo XX, gracias al curso de mecanografía me inserté con facilidad al siglo XXI, porque el manejo de la computadora resultó demasiado sencillo para mí. Todavía tengo la habilidad de escribir con los diez dedos y eso, que hace cuarenta años dejé de estudiar mecanografía.
Fuimos la segunda promoción de la secundaria técnica comercial, egresábamos silenciosamente en el año en que nuestro colegio celebraba pomposamente sus Bodas de Plata. Y usted amigo lector ¿cuánto ama a sus hijos y les proporciona mejores oportunidades para estudiar?

8. LA BICICLETA

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8.  LA BICICLETA
Una tarde de un sábado, mi padre llegó trayendo una bicicleta grande, usada, de color rojo, que su compadre, el ingeniero agrónomo, padrino de Eusebio, le había regalado para el ahijado. Le dijo que le haga parchar las cámaras de las llantas o que compre dos cámaras nuevas y tendría bicicleta para muchos años.
Mi padre llegó contento con la bicicleta y nos la mostró, era un gran regalo y que los tres hermanos lo íbamos a manejar. Tendríamos que esperar para parchar las cámaras hasta que le paguen a mi padre, su salario como vigilante de la Consa, en donde trabajaba. Pasaron varios días y allí estaba la bicicleta invitándonos a dar un paseo, pero no podíamos porque mi papá iba hacerla reparar.
Pasó una semana, un mes, dos meses y no sé cuanto tiempo más, pero mi hermano Marcos tuvo la idea de ponerle periódicos viejos en reemplazo de las cámaras. Luego que mi papá se fue a trabajar, mis hermanos Eusebio y Marcos se pasearon turnándose un rato cada uno, apoyándose de las paredes del callejón. Yo no sabía manejar y solamente miraba a mis hermanos, que felicidad, que alegría, ¡teníamos una bicicleta de verdad!
Eusebio y Marcos aprendieron a manejar apoyándose mutuamente, recuerdo que nosotros éramos muy unidos, fraternos y solidarios en nuestra pobreza, compartíamos nuestras tristezas y alegrías. Pero, ahora era una emoción que nos hacía los dueños de una bicicleta, algo que los pobres no podíamos tener. Poco a poco adquirieron la habilidad de manejar solitos… hasta que por fin después de mucha práctica, salieron a la calle. Entonces, los paseos eran cada vez más distantes, el pedregal de las calles hacía su trabajo silencioso, pero la alegría y emoción de manejar una bicicleta era superior a los pequeños detalles.
Mis hermanos mayores me dijeron que no podía decir nada y que me harían pasear en la bicicleta. Así pasaron los días hasta que mi papá se dio cuenta que estábamos usando la bicicleta. No nos dijo nada y su silencio cómplice nos permitió utilizarlo con mayor libertad y consentimiento. Ahora comprendo por qué: como no tenía dinero para hacer parchar o comprar las cámaras nos dejó seguir usando la bicicleta.
Pero se había presentado un problema: los aros ya no estaban redondos… estaban casi cuadrados y ya no se podía manejar. Mis hermanos ya no usaban la bicicleta porque ya no servía y estaba guardado durante todo el año, hasta que un día mi padre decidió botarlo a la basura. Eusebio dijo que lo llevaría al basural, pero ¿Cómo botar un juguete valioso? Lo cambió por cuatro pollitos al chatarrero que pasó por la calle perifoneando ¡cambio chatarra por pollitos!
En esta parte final, quiero confesarles que nunca pude comprarme una bicicleta. Cuando me hice grande ya no estaba interesado en manejar una bicicleta… pero mi desgraciada infancia no podían tenerlos mis hijos… ellos sí han tenido sus bicicletas, ellos sí han tenido la oportunidad que me fuera negada. Ser pobre en el Perú es una situación tan normal y simple que en muchas ocasiones me preguntaba: ¿Cuándo los ricos se mueran, se llevarán sus bicicletas?  Y usted amigo lector ¿compra los juguetes que sus hijos necesitan para ser felices?

7. EL CERRO DE ANCHOVETAS

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7. EL CERRO DE ANCHOVETAS
Los cuatro grandes y pequeños amigos de la infancia, Pozo, Toño, Kike y yo, nos reunimos para ver qué hacemos el sábado desde temprano. Kike, nos dice que podemos ir a Carquín, allá hay un cerro en donde hay pescado que se está secando al sol y está listo para comer. Si hablamos de comida, no hay mucho qué discutir. Así que acordamos partir de nuestras casas a las ocho de la mañana cuando nuestros padres se hayan ido a trabajar y porque el camino era lejos y teníamos que estar en casa antes de las seis de la tarde.
El camino a Carquín era el doble de distancia respecto al basural, al que íbamos con frecuencia. Era el lugar más lejano para nosotros y ahora teníamos que cruzar la hacienda Vilela, para acortar el largo camino hacia Carquín. No conocíamos Carquín, pero sabíamos que estaba al norte y en el encuentro del río Huaura y el mar.  Cruzamos muchas chacras, hasta que por fin a lo lejos vimos un cerro de un color diferente, era impresionante, ¡tanto pescado tendido al sol!
Ya era hora de almorzar y teníamos hambre, Kike, como siempre, vio una bodega y nos invitó la gaseosa y el chancay. ¿Cómo los pobres sabemos arreglarnos con poco dinero? Una gaseosa y un chancay para repartirse a medias entre Kike y Toño y otro igual para Pozo y yo. A la hora de pagar, le pedí a Kike el dinero para tenerlo por unos instantes en mi mano y darme el lujo de pagar la cuenta. Ese dinero, que no era posible tener en casa.
Eran la una de la tarde cuando por fin, llegamos a la falda del cerro, las gaviotas volaban en el cielo, pero no se acercaban a comer, parece que el olor las atraían, pero preferían el pescado fresco. Nos habían advertido que habían vigilantes y deberíamos tener cuidado.  No vimos a nadie. Acá, haré un alto al relato porque tenemos muchas anchovetas para comer.
Hace cincuenta años de aquella aventura y lo recuerdo tan bien porque fue un día en que pude comer hasta no poder… mis amigos también habían comido hasta saciar su hambre durante una hora. Habíamos llevado nuestras bolsas para llevar anchovetas secas a nuestras casas. Y ahora reflexiono sobre cómo la Providencia es buena con los pobres: llegamos cuando los vigilantes se habían ido a almorzar y retornaban a las tres de la tarde. ¡Vaya de la que nos salvamos!, imagínense caminar cuatro horas y llegar cansados y que los vigilantes nos asusten a balazos…
Para regresar, teníamos un problema, estábamos tan llenos que no podíamos caminar, necesitábamos reposar y lo hicimos bajo una planta de lúcuma. Allí estuvimos sentados contando cosas intrascendentes.  En grupo no teníamos miedo, pero sacando la cuenta por la caída del sol calculamos que ya eran las tres de la tarde y tendríamos que caminar más a prisa porque al atardecer, penaban en la hacienda Vilela y el Diablo nos podía llevar.
El miedo de niños nos hizo caminar más rápido que de costumbre y después de dos descansadas más llegamos al Pedregal, un lugar cercano a la casa y el miedo desapareció. Cuando me di cuenta, tenía los pies ampollados… el sol de la tarde me afectó los pies, porque era el único que caminaba descalzo. ¡La pobreza me debe… una nueva oportunidad para vivir dignamente! Y usted amigo lector ¿cuánto se esfuerza por mejorar la calidad de vida de sus hijos?

6. EL BARRILITO

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6. EL BARRILITO
Qué alegría siento en el corazón al recordar mi infancia, pobre, pero de muchas alegrías, de muchas aventuras al puerto de Huacho, a la caleta de Carquín, al basural de Hualmay, al río Huaura, a los rastrojos de maíz, y de papas. Los muchachos del barrio éramos muy inquietos, hoy me referiré al mejor día de volar cometas en la Cruz de Campo Alegre.
En los meses de agosto y setiembre en mi tierra se acostumbra hacer concursos sobre la cometa que vuela más alto. Mis hermanos Eusebio y Marcos iban con sus amigos a ver el concurso, en donde los niños pobres no teníamos oportunidad. Por ser el más pequeño, los seguía a la distancia con mis entrañables amigos, el negrito Pozo, Toño, el llanta baja, por ser discapacitado, pero de gran corazón y  Kike, el líder del grupo.
Ya habíamos visto en los últimos tres años cómo era el concurso de cometas, y para ese año, nos habíamos preparado, con el ovillo de pita, el telegrama y nuestro barril, todo listo para ir a la Cruz de Campo Alegre. Mi cometa estaba forrado con periódicos, la estructura con carrizos labrados, la cola multicolor estaba compuesta de telas viejas que rescatamos del basural. En las vacaciones de julio habíamos juntado suficiente pita, que eran piezadas de uno, dos y más metros, según como encontrábamos.
Toño había comprado papel de cometa y su papá Humberdino le había dado propina para comprar un cono de pavilo. Su pita lo regaló a Pozo, porque le faltaba para hacer volar su cometa más alto. Kike tenía la mejor cometa del grupo, también era un barril, pero con arrancadores y papel de colores, por algo era el líder del grupo. Recuerdo que éramos inseparables para jugar y buscar aventuras, los cuatro íbamos a cualquier parte.
Llegamos a la Cruz, era un día sábado, cientos de niños, adolescentes y jóvenes, muchos padres de familia. A partir de las dos de la tarde empezaron a volar las cometas de diversos diseños, había cajones, estrellas, moscones, barriles, pavas y muchas formas más. Nosotros también echamos a volar nuestros barriles, el viento era fuerte y facilitaba el vuelo.
Nunca tuve una cometa, no me importaba que hubiera mejores cometas. Me sentía dueño de mi barrilito, me olvidé de los demás y empecé a soñar que ganaría el concurso. Entonces solté más pita para elevar el barrilito que a lo lejos se veía de color gris. Toño ya estaba enviando su telegrama y Pozo por su parte estaba soltando más pita para que su cometa llegara al cielo. Kike me dice que mire su barril multicolor a lo lejos.  Me doy cuenta que mi cometa era el que más bajo volaba, decidí soltar más pita, más y más hasta que se rompió una parte y vi alejarse mi barrilito… De pronto Pozo también grita: Se rompió la pita… ya no estuve triste, vimos cómo se alejaban nuestras cometas porque habíamos utilizado pita podrida y piezada.
Entonces, nos alegramos por los barriles de Toño y Kike, les ayudamos a enviar los telegramas y estuvimos mirando a ver de quien llega primero a su destino. Ganó el barril multicolor de Kike nuestro líder, nos alegramos mucho. Ya eran las cinco de la tarde, no nos interesó el concurso, sino, nuestro concurso en donde los ganadores fuimos los cuatro pequeños amigos. Y usted amigo lector ¿cuánto ama a sus hijos y comparte su tiempo con ellos?

5. LA FIEBRE INTESTINAL

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5. LA FIEBRE INTESTINAL
Del serranito bien alimentado, gordito, chaposo y pelo rebelde ya no quedaba nada. No extrañaba la escuela porque mis amigos iban a visitarme, tal vez porque sabían que en esa semana iba morir. De esas cosas de Dios, no sabía nada, pero mi padre cantaba sus huaynos acompañado de su guitarra para hacerme alegrar, recuerdo las canciones de Pastorita Huaracina entonadas por mi padre, que me remontaban a Chahuapampa en donde pasé muchos días felices en compañía de mi abuelita Tomasa.
Nunca tuve tantos juguetes y cosas de alto valor para los niños pobres como yo. Tenía bolitas de chururo, cachaquitos, películas, doce bolitas de cristal, tres lecherongas, cajitas de fósforos para las “chelis” que así llamábamos a las películas, boleros de latas de Nescafé, un rollo de hilo pavilo para mi cometa, que todavía no tenía.
Con tantas cosas, me acordé de mi abuela que me dijo: Felipe, cuando seas grande vas a ser ricachón, no vas a ser pobre. Creía ser rico, tenía cama en vez de pellejo de carnero, tenía radio, tenía las mejores bolitas de cristal del barrio… hasta perdí la cuenta de los lápices, colores, revistas, pero por seguridad, los tenía en el interior del cajón de embalaje que nosotros llamábamos cama.
¿Cómo será perder a un hijo?, la verdad, no lo sé, y ojalá Dios no me haga pasar por el dolor que experimentaban mi padres en esos días… En las mañanas mi padre tenía que ir a trabajar, mi madre me acompañaba un rato y luego me dejaba con mis amigos. Ellos me entretenían y me decían que me iba sanar más pronto, y me regalaban estampitas, figuritas, chapitas… creo que esas muestras de afecto me mantenían vivo y fortalecía mi lucha contra la enfermedad que en varias ocasiones aumentaba la fiebre y mi madre me pasaba un paño húmedo por la frente.
De pronto, un sábado por la tarde, cuando mi padre llegó con dos compañeros de su trabajo, me llevaron cargado a un auto que estaba estacionado en la entrada del callejón, me subieron rápidamente y escuché que mi padre decía, ¡rápido, a Cruz Blanca! Yo era un niño de siete años, tenía miedo de morir, pero confiaba en Dios y en mi padre. Me llevaba a curar al hospital.
No íbamos al hospital, mi padre dijo al chofer a la botica Cruz Blanca, allá hay un boticario que sabe curar la fiebre intestinal… Ahora que recuerdo los esfuerzos que hizo mi padre, por salvarme la vida, siento que lo quiero más. Buscaba información sobre algún médico entre sus paisanos y conocidos; le dijeron que el boticario de Cruz Blanca podía curarme. Sin perder tiempo, me llevó, aún cuando mi madre estaba resignada a perderme por voluntad de Dios.
Recuerdo que me pusieron dos inyecciones y emplasto en mi barriga, me abrigaron con una frazada y me regresaron a casa. Me quedé dormido como en un sueño… y cuando desperté era un nuevo día… no tenía fiebre ni me dolía el estómago, estaba hueso y pellejo, pero sano. Estuve esperando que mi madre prenda la radio para escuchar la música de mis padres, de mis abuelos, de mis raíces andinas, pero ellos ya sabían que me había sanado porque habían pasado la noche entera pendiente de mi reacción, y fue favorable.  Por fin, había vuelto a nacer. Y usted amigo lector ¿cuánto ama a sus hijos y lucha contra la adversidad para tenerlos sanos?

4. CHANCHO MARINO

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4. CHANCHO MARINO
Los serranos, por su propia vida andina no tienen la costumbre de comer pescado. Ese era nuestro caso. Nuestro régimen alimenticio se basaba en avena, camote sancochado, te de cedrón y manzanilla. En el almuerzo era rutinaria la sopa de harina de arvejas, habas, trigo; olluquito con charqui, locro de zapallo, papaseca, picante de papas, trigo, cancha, mote, habas…
Mi madre, Teresa Jesús, como empleada doméstica tuvo que aprender a cocinar la comida de la costa, de la gente rica. Allí aprendió a cocinar comida criolla, chifa, pescado, mazamorra morada, arroz con leche… Ella nos traía un poco de esa comida costeña que era una delicia para nosotros, especialmente cuando traía un pedazo de pescado frito.
Claudio, mi padre, no sabía comer pescado, le dolía la cabeza y como era el jefe de la familia, nadie podía comer pescado frito en la casa. En el callejón había una anciana muy buena con los niños del barrio, su hijo era pescador y traía pescado fresco y mi madre, le decía que en la casa no sabíamos comer pescado.
Recuerdo que fue un sábado en la tarde, cuando la abuelita María tocó la puerta de la casa y le dijo a mi madre que su hijo Alberto había traído bastante chancho de mar y le regalaba un buen pedazo, para que haga seco para el almuerzo, que no es pescado  y es igual que la carne de chancho.
La abuelita María le recomendó que la carne de chancho de mar tenía que r remojarlo en vinagre de un día para otro. Así lo hizo. Fue un domingo para el recuerdo, habíamos comido seco de chancho de mar, ¡exquisito! ¡delicioso!, mi padre había repetido un segundo plato porque estaba rico, además, mi madre había preparado bastante arroz para comer con el juguito del seco.
Eusebio y Marcos se disputaban para lavar los platos… ellos sabían que había quedado jugo del seco y siempre quedaba arroz, aunque sea rascando la olla. A mi padre le gustó, a mi madre también y nosotros los hijos estábamos encantados. Mi padre salió de la casa y fue a darle las gracias a la abuelita María. Ella nos quería, a nosotros los serranitos del callejón, nos quería mucho.
Recuerdo que a escondidas nos invitaba pescado frito, cada vez que podía nos daba un pedazo de pescado, sabía que teníamos hambre, siempre teníamos hambre. Le dolía nuestra miseria, le dolía nuestra pobreza.
Don Alberto, era un buen hijo, era soltero, hombre fortachón, como todo pescador huachano, amante del cebiche. No era borracho, como lo eran los bolicheros de aquella época. Cuidaba de su madre y sus dos sobrinos. Uno de ellos era el negrito Pozo, mi amigo de la infancia.
En muchas ocasiones hemos comido seco de chancho de mar… Hemos saboreado lo que el mar le da a don Alberto, nos da la abuelita María… Nos sirve mi madre, pero un día, que no recuerdo por qué el profesor Padilla, en la formación de la escuela, dijo que el chancho de mar era el delfín y no se podía comer, porque estaba prohibido su caza para consumo humano. Desde ese tiempo, los serranitos del callejón, tuvimos que hacer caso a nuestros profesores y dejar de comer seco de chancho de mar... Y usted amigo lector ¿cuánto ama a los pobres y les demuestra su solidaridad?