sábado, 4 de agosto de 2012

19. LENGUADOS FRESCOS

HISTORIAS DE UN SHUCUY
19.  LENGUADOS FRESCOS
Poco a poco los tres hermanos, Eusebio, Marcos y yo, íbamos acostumbrándonos a las nuevas formas de vida de la costa. En esta ocasión le contaré de cómo mejoramos nuestra alimentación en casa.
Los jóvenes de mi barrio eran peloteros y todos los días iban a la playa a jugar y bañarse en el mar. Mis hermanos se habían hecho amigos y yo como siempre los seguía a una cuadra de distancia, a veces me tiraban piedras para regresar a mi casa, hacía que regresaba, pero yo quería ir con ellos. Cuando se descuidaban… ya estaba cerca de ellos. Como tenían que jugar pelota, necesitaban un cuidador de la ropa, entonces me llamaban y me integraba al grupo. Me sentía contento de ir con ellos, los más grandes del barrio.
Cuando llegamos a la playa, ellos buscaban a otros muchachos para jugar pelota, se jugaba con apuesta y se presentaba el problema para mis hermanos, no tenían dinero y no podían jugar. El tener plata era importante para que te acepten en el grupo, siempre nos veían como los “misios” del barrio. Entonces los tres nos fuimos a la orilla del mar a ver cómo la gente se bañaba y vimos que estaban cazando pescado con unas varillas de fierros tipo barreta. Mis hermanos miraban atentamente cómo sacaban pescados. Los pescados eran planos, eran raros para nosotros. Algunas personas salían a la orilla para echar los pescados en un costalillo de tela. Entonces, por alguna razón un señor nos dice y ustedes por qué no pescan lenguados, hay bastante, si quieren les presto mi varilla.
Esta oferta de un señor, típico huachano, delgado, de baja estatura, pelo lacio y quemado por el sol, animó a mis hermanos y le preguntaron cómo hay que hacer para pescar. El buen hombre dijo que hay que buscar con los pies en la arena dentro del agua y si sienten la piel suave del lenguado, inmediatamente clávenle la varilla, porque si se demoran, se escapan.
No teníamos otra alternativa, se trataba de comida, era una oportunidad para llevar pescado a la casa. Como yo era muy pequeño era el encargado de cuidar la ropa de Eusebio y Marcos. Ellos eran más grandes y valientes. Era más fácil que los rastrojos de maíz o de papa, solamente tenían que buscar con los pies entre la arena, a pocos metros de la orilla del mar, y clavarle la varilla de fierro a los lenguados.
Ese día regresamos solos, los amigos grandotes del barrio ya se habían ido… a ellos no les interesaba porque sus padres tenían plata para comprar pescado. Regresamos a la casa llevando12 lenguados en mi polo, no porque quería ir calato a mi casa, sino porque mis hermanos así lo habían decidido. Y como era el menor, me tocó llevar los pescados cargados sobre el hombro. No me importaba el peso… me imaginaba la alegría de mi madre para cocinar un pescado blanco y plano. El gentilhombre nos habían dicho que en el mercado cuesta un poco caro y que es un pescado fino. Era mejor que la anchoveta, el jurel o el bonito, los únicos pescados de consumo popular.
Al día siguiente nos fuimos al basural a buscar nuestra herramienta de pesca, teníamos que volver porque la naturaleza nos brindaba una oportunidad de alimentarnos mejor. De tantas veces observar, también aprendí a pescar lenguados y me sentía feliz de ser un huachano que vive de los alimentos que nos proporciona el mar. Y usted amigo lector ¿se interesa por darles buena alimentación y calidad de vida a sus hijos?

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