domingo, 9 de septiembre de 2012

29. EL NIÑO RESUCITADO

HISTORIAS DE UN SHUCUY
29. EL NIÑO RESUCITADO
Cuando tenía ocho años y estudiaba el segundo año de primaria, que en la actualidad es equivalente al tercer grado, porque se estudiaba transición, recuerdo un hecho de miedo y espanto que marcó el respeto por los muertos y los misterios de la vida más allá de la muerte. Les referiré el misterio del niño resucitado:
Era una noche de luna nueva, una noche muy oscura de un fin de semana, en mi barrio no había alumbrado público y estábamos acostumbrados a la oscuridad. Mi padre ya había llegado de su trabajo y estábamos cenando bajo la luz del lamparín, como todos los días. Cuando de pronto escuchamos gritos por el callejón de los vecinos y de los niños del barrio.
Mi padre salió a la puerta para ver qué estaba sucediendo, y nosotros con la natural curiosidad le seguimos para enterarnos del motivo de los gritos. Fue la única vez que dejamos la comida por saber qué estaba pasando. La abuelita María se acerca asustada a la puerta para avisarnos que un muerto se está levantando de su nicho al frente del callejón, seguida de la señal de la cruz y el consabido ¡Avemaría purísima! Pobre abuela María, estaba pálida y sus manos temblorosas demostraban que estaba muy nerviosa y espantada. Afirmaba haber visto al niño resucitado.
En la entrada del callejón estaban los vecinos que miraban al frente y después de un breve silencio gritaban y corrían al interior del callejón. Roberto, el más valiente del barrio, ese día demostró que también sabía tener miedo. Máximo y Goyo estaban escondidos en su casa después de haber visto al niño resucitado. Su padre el señor Suárez, muy valiente y seguro porque en su juventud había sido marinero, salió de su casa al enterarse y empezó a mirar con más detenimiento…
Los tres hermanos ya estábamos en la entrada del callejón para ver al resucitado… no había nada, todos esperaban en silencio, hasta que de pronto se levanta la figura de un niño y se sienta, imaginariamente en el cajón de su nicho y voltea para mirarnos. Todos gritamos y corremos asustados por este hecho sobrenatural. Era tan real que por la desesperación se cierra la puerta de la vecina Rosa.
Todos ingresan a sus casas y la señora Rosa grita desesperadamente para que su hija Adriana le abra la puerta. En su casa no hay nadie y pide por favor, que algún muchacho entere por el techo. Con el miedo y el espanto nadie quiere subir al techo porque se sube por la entrada del callejón, al frente del niño resucitado. Tuvo que dormir en la casa de la señora Eugenia. Fue una noche de miedo y terror. No podíamos dormir, mi madre Teresa nos escuchaba  que habíamos visto al niño resucitado y nos daba valor para calmarnos. Nos dijo, Dios quiere y cuida a los pobres, no se preocupen ya todo va pasar. Terminen de cenar y vayan a dormir. Ese día los tres hermanos dormimos juntos.
Le pedí a mi papá que atrancara la puerta para que no entre el niño resucitado. Fue la noche más larga de mi vida. Me preguntaba ¿Qué pasaría si el niño resucitado se salía del cementerio? ¿Y si tocaba la puerta para entrar? En algún momento nos quedamos dormidos hasta que llegó el nuevo día.
El señor Suárez se había subido al cementerio para ver qué cosa era lo que habíamos visto. Era una bolsa de cemento que con el viento se levantaba y daba la impresión de ver a un niño resucitado. Retiró la bolsa y en la noche todo volvió a la normalidad. Ya podíamos jugar y ver televisión como todos los días. Y usted amigo lector ¿cree que es correcto acordarse de Dios sólo cuando tenemos miedo y temor a lo desconocido?

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