HISTORIAS DE UN SHUCUY
25. EL PARTIDO DE CIENCIAS Y LETRAS
En el año 1988 recibo la invitación del director del glorioso Colegio Nacional Inca Huiracocha. Me dijo: Felipe acá en el colegio podrás trabajar tranquilo y sin preocupaciones laborales. Te voy a proponer para que seas docente y te presentarás en el concurso provincial en Tingo María. Como eres egresado de la universidad será más fácil tu ingreso con nombramiento.
Nunca pensé ser profesor, pero ya estaba enseñando a los alumnos del tercero, cuarto y quinto grado. Por mi formación autodidacta y mi afición por la lectura de novelas literarias, pedí Historia del Perú, Literatura Peruana y Universal. Creo que tuve suerte para elegir los cursos a enseñar, porque estaban disponibles.
Me integré a la plana docente y siempre mantuve respeto por ellos, la mayoría eran profesores titulados y con especialidad. Pero, por ser conversador y amigable logramos hacer amistad y empecé aprender rápidamente las actividades propias de un docente: Dictado de clases, apoyo en la formación, organización de alumnos para el día de la madre, el maestro, el aniversario. Organizar números artísticos para las veladas literarias, selección de brigadieres y policías escolares, comité de aula, reuniones con los padres de familia, organizar el Comité de Defensa Civil, etc. Era un docente más que apoyaba la gestión educativa.
Desde hacía años atrás conocía al profesor Ramón, un gran docente, visionario, colaborador y de gran aceptación por los alumnos, especialmente de la promoción. Me sentía respaldado por él y lo apoyaba cuando realizaba actividades. Una de sus virtudes o tal vez defecto era jugar fulbito. Los profesores jugaban todos los viernes vóley y fulbito.
Hasta medio año, yo no participaba y los viernes, ni bien terminaban mis clases, me retiraba discretamente para evitar participar en estos encuentros de confraternidad. ¿Por qué? Porque no sabía jugar pelota, menos vóley. Claro que conozco las reglas de juego, el armado de equipo, Pero, por no tener resistencia física, habilidad para driblear, hacer los pases, ni tener un puesto fijo en el equipo mi presencia no aportaría al equipo que me escogiera, por el contrario lo perjudicaría.
Imagínense, en mi época de estudiante, en varias ocasiones cuando íbamos a jugar fútbol, a pesar de ser el dueño de la pelota, no me escogían para ningún equipo. Me conformaba con ser el cazador de la apuesta. Esos eran mis recuerdos y por eso evitaba quedarme los viernes en la tarde. Los lunes me enteraba que el equipo de ciencias ganó al equipo de letras. Casi siempre terminaban así los encuentros.
Faltando una semana para el aniversario del colegio se dejó de jugar ese fin de semana porque en la programación estaba el encuentro entre los profesores de ciencias y letras. El profesor Ramón, en varias ocasiones me había invitado a jugar y le decía que estaba ocupado, tenía que revisar exámenes, tenía que viajar… todo para evitar jugar. Pero, como el era el capitán del equipo de letras me dijo que para el aniversario tenía que jugar para el equipo de letras. Acepté en la condición de suplente.
Por fin llegó el día del encuentro. Lo que pasó fue sorprendente, estábamos ganando tres a cero. El primer tiempo quedó dos a cero y en el segundo tiempo el profesor Bravo mete el tercer gol. Era un partido con gran derroche de energía, los ataques del equipo de ciencias se hacen más constantes, retoman el orgullo de ser el mejor equipo del colegio y faltado diez minutos para terminar el partido se presentó la desgracia para nuestro equipo: Ramón, nuestro capitán de equipo, se lesiona en la rodilla y después de intentar reincorporarse y caer al suelo, pide su cambio. En la banca el único jugador suplente era yo. Recibo la orden del profesor Ramón, entra en mi reemplazo.
Faltaban seis minutos para terminar el partido y me dice, juega nomás porque ya ganamos el partido. Hago mi mejor esfuerzo como delantero y pierdo dos ocasiones de anotar. El profesor Gonzales me dice baja a la defensa y el profesor Palpa mete el primer gol por su equipo. Luego sigue el segundo y el tercero. Aprovecho la oportunidad para decirle a Ramón que me reemplace, porque ya se había recuperado y me dice, no te preocupes no importa quedaremos empatados porque solo falta un minuto. Patea con todo para hacer hora.
Suena el silbato del árbitro, un pase largo y por la buena ubicación del profesor Reyes se logra el triunfo, sí el triunfo… pero del equipo de ciencias. Ese día, fue el único día que mi gran amigo Ramón estuvo un poco serio, se sonreía y festejaba las jugadas del partido, no le interesaba perder… pero en el fondo… le dolía la derrota y todo por su insistencia, como él decía, para hacerme famoso en la cancha. Y usted amigo lector ¿Se esfuerza por brindarles oportunidades de estudio, deporte y recreación a sus hijos?
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