domingo, 9 de septiembre de 2012

24. MARIANA LA CAPITANA

HISTORIAS DE UN SHUCUY
24. MARIANA LA CAPITANA
En mi último viaje a Huacho, entre mis amigos de antaño pregunté por Mariana, ¿Qué ha sido de la vida de mi compañera de juegos de mi niñez?… Rosendo me dijo que ya se había casado y tenía tres hijos varones y sigue viviendo en el mismo barrio de antes. Pero, se ha mejorado las condiciones de vida, ya hay agua, desagüe, luz, pista, veredas, teléfono y casas de material noble.
En mi barrio, los muchachos más grandes eran Roberto, Goyo, Calín, Piruncho, Rosendo y Máximo. Ellos eran los que hacían respetar el barrio; ellos jugaban pelota en la misma calle donde vivíamos, ya estaban acostumbrados a la tierra y las piedras; ellos jugaban con zapatillas y cuando hacían los equipos se dividían y completaban con otros amigos y mis hermanos. A veces había más amigos y mis hermanos no jugaban porque nunca tenían dinero para la apuesta. Sólo jugaban cuando faltaban jugadores con apuesta.
Los más pequeños mirábamos los partidos y cómo se acaloraban cuando perdían, jugaban fuerte y hasta con empujones, algunas veces los partidos terminaban en pleito callejero. Tal vez por eso nunca me gustó jugar pelota… no me gustaba ver cómo pateaban, empujaban, golpeaban al jugador rival. Mis hermanos jugaban y sabían defenderse, ya en una ocasión, Eusebio de una pedrada le había roto la cabeza a Roberto por empujarlo y patearle. Entre ellos decían, no se metan con los serranos porque les van a corretear a pedradas.
Mejor eran los partidos que jugábamos con Mariana la capitana de nuestro equipo. Era una chica dos años mayor que nosotros, le gustaba jugar bolitas, trompo, bolero, run run, fulbito… como cualquiera de los muchachos. No le gustaba jugar con las chicas, odiaba los vestidos, las muñecas, jugar a la cocina… ella prefería los juegos de los varones.
 Ella jugaba bien y nos gustaba jugar, especialmente en su equipo de fulbito, porque en la mayoría de las veces ganábamos y nos daba una propina de la apuesta. Ella buscaba partidos en los otros barrios cercanos y jugábamos en nuestra calle porque por allí casi no pasaban los carros.
Como ella era la que apostaba en los partidos, en alguna ocasión se agarraba a trompadas con algunos jugadores del otro equipo, ella se hacía respetar en el campo de juego. Nosotros la buscábamos para jugar a la cocina con los trompos, ella sabía chantar, hacer la pirigaya, los cabes, los quiñes y los guaracazos al trompo. En su casa no tenía con quien jugar, en las mañanas tenía que cocinar y hacer los quehaceres de su casa. En las tardes salía a jugar con nosotros.
Otros días jugábamos a las bolitas. Ella tenía una puntería envidiable, siempre nos ganaba cuando jugábamos a los ñoquitos. Al día siguiente nos regalaba algunas bolas para seguir jugando. A ella no le interesaba ganar bolas, a ella le interesaba jugar con nosotros. Ella nos defendía hasta de los muchachos grandes. Ella era muy valiente y si en una pelea le sacaban sangre, se enfurecía y agarraba piedra para defenderse. Nunca se dejó pegar por nadie.
Cuando su papá le daba propina, esa tarde nos invitaba una Chavín y un chancay para cada uno. Aprovechaba para enseñarnos cómo jugar mejor los partidos, ella era nuestra entrenadora, ella nos decía cómo hacer los pases, quien va ser el defensa, el delantero… ella nos entrenaba para arqueros, le gustaba afinar su puntería al arco. Ella era nuestra capitana.
No me imagino verla convertida en madre de tres hijos… ¿Seguirá siendo entrenadora de sus hijos? Y usted amigo lector ¿brinda afecto paternal a sus hijos para que crezcan emocionalmente sanos y con autoestima positiva?

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