domingo, 9 de septiembre de 2012

22. COMPRANDO PAN FRANCÉS

HISTORIAS DE UN SHUCUY
22. COMPRANDO PAN FRANCÉS
Durante mi niñez, los domingos eran días muy especiales para los tres hermanos, eran días en que podíamos comer pan en el desayuno. A dos cuadras había una bodega del señor Zurita, pero vendían a ocho por un sol. Nosotros nos levantábamos a las seis de la mañana para ir alegres y contentos a comprar pan de la panadería de la Plazuelita Mandamiento… eran como veinte cuadras… realmente era lejos, pero la recompensa era grande, muy grande: podíamos comer dos panes francés cada uno en el desayuno.
Los domingos tomábamos avena y dos panes con mantequilla. Qué alegría, qué satisfacción, comer algo prohibido para los serranitos del callejón. Mis otros vecinos sí comían pan todos los días, eran menos pobres que nosotros. De lunes a sábado el desayuno se tomaba con camote sancochado, no había dinero para comprar aceite vegetal, era caro, muy caro. Mi mamá compraba camote amarillo, cascajo de diversos colores morado, verde, crema, azul… el secreto para que sea rico era solearlos por lo menos dos días para que sean dulces, yo me encargada de solearlos.
Desde los siete años aprendí a preparar el desayuno, si no había avena, había hierbas de cedrón, manzanilla, hierbaluisa… en el peor de los casos té de orégano. Lo importante era tomar una taza grande de avena y dos camotes para cada uno. En tiempos de clase, mi mamá dejaba de trabajar para atendernos. Era importante, muy importante la educación de sus hijos.
Con el transcurrir del tiempo, los dueños de la panadería ya nos conocían por ser los compradores de pan de los fines de semana y nos empezaron a dar un pan de yapa. No hubo un solo fin de semana que hayamos dejado de comprar pan en la Plazuelita Mandamiento, mientras durara nuestra pobreza… En la repartición del pan entre los tres hermanos siempre llevé la peor parte, pero nunca deje de comer un pedazo del pan de yapa.
La primera vez, ante la yapa recibida, nos repartimos igual para cada uno; en las siguientes veces Eusebio partía la mitad y decía que como era el mayor le correspondía la mitad. De la otra mitad, Marcos me daba un pedazo pequeño. En otras veces, me ponía a llorar durante el camino de regreso y por presiones de la gente, lograba conseguir un pedazo de cada uno. A pesar de las discrepancias por la repartición éramos tres hermanos muy unidos, felices a nuestra manera y respetuosos de nuestros padres.
Después del desayuno, teníamos que hacer nuestras tareas escolares. Cuando nos cansábamos y teníamos hambre, sacaba de mi bolsillo un pedazo de pan con mantequilla que me había guardado como fiambre y como mi madre estaba con nosotros, no me podían quitar.
En una ocasión le pregunté a mi padre: ¿Por qué no podemos comer pan todos los días como mis amigos? Su respuesta fue contundente: Porque somos pobres, hijo. Entonces, entendí que para dejar de ser pobre tenía que estudiar… mi trabajo era estudiar durante el año escolar y en las vacaciones era trabajar para ganar algún dinero para seguir estudiando. Esa lección no lo he olvidado. . Y usted amigo lector ¿se esfuerza por darles una mejor alimentación a sus hijos para que crezcan sanos y fuertes?

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