domingo, 9 de septiembre de 2012

28. NINA LA PRINCESA

HISTORIAS DE UN SHUCUY
28. NINA LA PRINCESA
Mi barrio quedaba frente al cementerio, solamente había casas en el lado derecho. Tenía muchas familias numerosas y existían dos grupos sociales bien diferenciados: Los que vivían en la calle principal, eran dueños de sus viviendas y tenían mejor calidad de vida, hijos bien vestidos, estudiaban en colegios particulares, sabían lo que es la moda, las películas, las novelas, el cine, la televisión, los cumpleaños… Los otros, los que vivíamos en el callejón, las familias pobres, unos más que otros, los que carecíamos de agua, zapatos, juguetes, ropa,… los parias…
Los niños del callejón, en las tardes nos apostábamos en la ventana de la casa del señor Suárez para ver la televisión. A veces veíamos novelas, otras, dibujos animados, según lo que les gustaba a esa familia. Lo cierto es que a nosotros nos encantaba ver la televisión, creo que fue el mejor invento del siglo XX que desplazó a la radio en las ciudades. Viendo las películas podía entender que existían mejores condiciones de vida en otros lugares y ¿Por qué no intentar dejar la pobreza? Mis padres sabían que el camino era la escuela… ¡Claro que sí!
Los fines de semana llegaba Nina, una señorita quinceañera que veía televisión toda la tarde y nosotros encantados de ver la televisión y verla a ella. Tenía sus cabellos lacios, largos hasta la cintura, sus cerquillos, su lindo vestido, sus hermosos y pequeños zapatos, su caminar elegante… para mí una princesa que solamente podíamos contemplar en las tardes de los días sábados.
Un día, me llamó, por mi nombre, para hacerle el favor de comprar azúcar de la Bodega de don Oswaldo. ¿Cómo me conocía? ¿Cómo sabía mi nombre? Su hermano Goyo, le ponía al tanto de los niños del barrio y por eso me conocía. Fui muy contento a comprar el azúcar y le entregué su vuelto y me regaló cincuenta centavos. Fui el niño más feliz por haber tenido la oportunidad de hablar con una princesa. Algo que era imposible para un Shucuy.
Recuerdo que el señor Suárez, un hombre serio, de mediana estatura, contextura gruesa, de largas patillas y barbas como nuestro héroe de Angamos;  nos invitó a todos los muchachos del barrio para asistir al cumpleaños de la señorita Nina. No le interesaba nuestra pobreza, ni se avergonzaba frente a sus invitados. Fue una gran fiesta, especialmente porque había muchos bocaditos, chicha, sánguches, caramelos y juguetes.
En mi niñez no tuve la oportunidad de aprender a bailar, pero seguía el movimiento de mis amigos… era requisito para que nos den los bocaditos y tenía que bailar… el hambre superaba mis dificultades de mantener el ritmo y compás de las canciones de Yola Polastri. Formábamos cola para recibir los gorritos, la chicha morada, el arroz con leche, los caramelos, sánguches y al final los juguetes que lo conseguíamos cuando la princesa Nina golpeaba la piñata hasta romperla. Era un alboroto, para coger un cachaquito, un carrito, una pelotita, una muñequita, caramelos y chupetines entre la abundante picapica.
Después, con los años me enteré que Nina era una señorita muy comprensiva con los niños pobres y estudiaba para ser doctora y curar a los enfermos. Ella estudiaba en Lima y por eso llegaba los sábados a su casa. Los domingos, en la tarde, jugaba vóley con su hermana Yadira y sus amigas que venían de otros barrios. Toño, Kike Pozo y yo nos poníamos atrás de la canchita de vóley para recoger la pelota, Toño y Kike detrás de un equipo y Pozo y yo detrás del otro.
Nos sentíamos importantes y privilegiados de alcanzarles la pelota a todas las señoritas que jugaban de una manera diferente, con net, pelota oficial, árbitro, y alegría. No jugaban por apuesta, jugaban por diversión. Y usted amigo lector ¿se esfuerza por brindarles educación de calidad y oportunidades de superación a sus hijas?

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