domingo, 9 de septiembre de 2012

26. AGUAS ROSADAS

HISTORIAS DE UN SHUCUY
26. AGUAS ROSADAS
Cuando tenía nueve años y estaba en tercer año de primaria, mi profesor Hermes Feliciano nos llevó de paseo al Cerro Colorado, un lugar ubicado a la entrada de Huacho, viniendo de Lima a la mano derecha entre el desierto y los últimos extremos de terrenos agrícolas.
El profesor nos llevaba para conocer nuestra cultura, conocer los restos de cerámica que existían en ese lugar. Los huaqueros ya habían desenterrado muchas tumbas y fardos funerarios de la cultura pre inca de Chancay. Él quería conseguir alguna pieza entera para llevarlo a nuestro salón como una prueba de la existencia de nuestros antepasados.
Fue una caminata de más de siete kilómetros entre la ciudad y el Cerro Colorado. No sentíamos cansancio, estábamos encantados de conocer las momias, los huacos, los encantos misteriosos de tesoros escondidos. Todos llevamos nuestro fiambre, el paseo estaba programado para el sábado a las ocho de la mañana y deberíamos regresar a las dos de la tarde y estar en la escuela a más tardar a las cinco. Nuestro director el profesor Alberto Beteta autorizó el paseo. Todos agradecimos y aplaudimos la generosidad de nuestro director.
Hasta la carretera Panamericana no había problemas para caminar, el desafío empezó cuando teníamos que ingresar al arenal y caminar por el desierto hasta llegar al Cerro Colorado. Queríamos llegar rápido para encontrar algún tesoro escondido. Alguna entrada a un subterráneo en donde podamos encontrar a las momias y sus tesoros. Cada uno empezó a coger palos y ramas secas para escarbar en el arenal… poco a poco íbamos perdiendo el entusiasmo porque no encontrábamos nada importante. Sólo restos de huacos, pequeñas cerámicas rotas por cientos, que no tenían valor.
El profesor miró su reloj y con su silbato nos llamó a todos los exploradores que infructuosamente buscábamos tesoros escondidos, pasajes secretos, encantos y misterios de la cultura preinca. Caminamos en dirección a una vegetación cercana y de casualidad encontramos un oasis, una pequeña laguna en medio del arenal, en el desierto. Todos estábamos con calor, pero no nos atrevíamos a entrar a la laguna porque el agua no era cristalina… ¡Era rosada!
El profesor, nuestro líder natural, nos dijo ¡Alto, no ingresen al agua! Primero, vamos a almorzar y después, veremos si podemos bañarnos. Nos indicó un lugar en donde había una buena sombra y nos acomodamos en grupos para almorzar. Era un bullicio, estábamos en el campo, sin uniforme, sin clases… lejos de la casa y éramos valientes. Sabíamos soportar el calor, el ventarrón, la arenisca. Hasta el gordo Borja, el niño que lloraba por cualquier motivo, ahora se portaba como un gran hombre, valiente y juguetón.
El profesor nos dejó almorzando y se fue hacia una casa cercana para indagar sobre la calidad del agua, si podíamos bañarnos o si era agua contaminada. Regresó con un señor de avanzada edad y sus tres nietos para mostrarnos que el agua era medicinal y que no había problema para bañarse. Los tres niños, se quitaron la camisa y el pantalón y se metieron a la laguna a nadar… Inmediatamente siguieron César, Marcelino, Jorge, y todos mis compañeros. Se fue el miedo, nos aventamos a la laguna y nos refrescamos durante una hora, bajo la atenta mirada del profesor Feliciano.
El anfitrión del lugar conversaba amablemente con nuestro profesor. A lo lejos, desde el agua observaba los ademanes que hacía el anciano en su conversación, mostraba su alegría por la visita. Se sentía contento al ver que sus nietos jugaban pelota con nosotros, a la buceada, a la pega, a quien llega primero al otro extremo de la laguna. Fue un baño inolvidable, por eso recuerdo este episodio de mi niñez como el derecho de los pobres de ser felices a pesar de la adversidad. Creo que también le pasaba lo mismo a la familia del anciano hospitalario. En la soledad del campo, la alegría y el bullicio de nosotros, despertó la alegría en él y sus nietos.
El baño nos dio hambre y acabamos con el resto del fiambre. Los niños, con la autorización de su abuelo, nos llevaron a una planta de pacae para coger lo que quisiéramos, Allí se armó un escándalo por coger el más grande, el más gordo. Pero, por respeto a su dueño el profesor dijo: Sólo un pacae para cada uno. Todo esto duró una hora más.
Cuando el profesor nos dijo que siguiéramos buscando huacos y tesoros, ya no queríamos buscar. Sólo un grupo de alumnos acompañó al profesor en su búsqueda de algún huaco. La búsqueda fue infructuosa. Pero, al despedirnos del anciano y sus tres nietos, nuestro profesor recibió un obsequio del veterano: Un hermoso huaco completamente sano, como recuerdo de nuestra visita al Cerro Colorado.
El día lunes, en la formación general se presentaba el Huaco como símbolo de nuestra excursión en búsqueda de los restos de nuestros antepasados. El director felicitó a todos los alumnos del Tercer año y a nuestro profesor Hermes Feliciano Contador. En esa semana éramos los valientes exploradores admirados por los niños de otros grados inferiores. Y usted amigo lector ¿apoya las excursiones de sus hijos para fortalecer su identidad con nuestro legado cultural?

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